jueves, 11 de junio de 2020


Conversando sobre literatura y libertad



Emilio Martínez Cardona

Días atrás, tuve el gusto de ser entrevistado vía Zoom por los amigos de Notoria, un think tank con sede en la ciudad de La Paz, con quienes conversamos sobre literatura y libertad.

Con la presentación de Silvia Aleman Menduinna (principal impulsora de Notoria) y las preguntas de Carlos Manuel Ledezma (activista de importante participación en las jornadas de los 21 días), nos adentramos en el análisis de las relaciones entre la inteligencia y el poder, siguiendo el hilo conductor del libro “De Orwell a Vargas Llosa”, publicado en Estados Unidos por el Interamerican Institute for Democracy a fines del 2015.

En el diálogo, señalé que la elección de los nombres incluidos en el título se debía a la coherencia ejemplar demostrada por ambos escritores (George Orwell/Eric Blair y Mario Vargas Llosa) en la lucha contra los totalitarismos, fuesen de derecha o de izquierda, fascistas o comunistas.

En el caso de Orwell, esto le llevó a combatir al franquismo en Cataluña, donde paradójicamente descubrió la represión estalinista contra los anarquistas y los marxistas disidentes del POUM. Su novela más emblemática, “1984”, de alguna manera fusiona a Hitler y Stalin en la figura del Gran Hermano.

Por su parte, Vargas Llosa comenzó su periplo ideológico en la simpatía hacia Fidel Castro, con quien rompió a raíz de la persecución al escritor Heberto Padilla, encabezando la primera gran fisura entre la intelectualidad latinoamericana y el régimen cubano. De igual manera, su semblanza del general Trujillo en “La fiesta del Chivo” es uno de los retratos críticos más implacables del tradicional despotismo militar. 

También comentamos con los amigos de Notoria que esta coherencia ha estado ausente muchas veces de nuestra América Latina, donde con demasiada frecuencia se condenó a los autoritarismos conservadores mientras se exculpaban sistemáticamente los abusos de la dictadura castrista.

Sobre la genealogía de este sesgo favorable por los autócratas “progresistas”, identificamos un posible origen en la tentación por el despotismo ilustrado, en la idea equívoca de que el intelectual puede conducir al tirano a la instauración del Estado ideal.

Tentación que una y otra vez ha terminado mal, ya fuera en el caso de Platón y el tirano de Siracusa, Voltaire con Federico II de Prusia o Gabriel García Márquez con Castro.

Ese despotismo ilustrado está a su vez en la base del utopismo, cuyos sueños de cambio holístico o refundacional suelen convertirse en pesadillas cuando alguien intenta llevarlos a la práctica. Porque quien se oponga a la utopía, al sistema perfecto, será declarado enemigo del curso de la historia.

Frente al utopismo he planteado en la conversación dos alternativas: en el plano literario el género de la distopía, con ficciones que advierten sobre los peligros de las grandes ingenierías sociales; y en el plano político el reformismo, que devuelve la disputa al terreno de la razón y, por ende, de la libertad.