Políticas sociales: lo permanente y lo extraordinario
Emilio Martínez Cardona
La excepcionalidad
introducida por el coronavirus ha llevado al surgimiento en casi todo el
planeta de superestados reguladores, que asignan subsidios y transferencias
directas a los más necesitados. Esto debe llevarnos a reflexionar sobre los
alcances razonables que pueden tener las políticas sociales, así como sobre su
permanencia o temporalidad.
En un mapeo rápido,
las posturas desde las diversas ubicaciones en el arco ideológico pueden resumirse
de la siguiente manera, según consideren que las políticas sociales deban ser:
1). Inexistentes
(anarcocapitalismo y minarquismo).
2). Temporales (un
ala del ordoliberalismo y la Escuela de Friburgo).
3). Permanentes pero
mínimas (posición predominante en el ordoliberalismo y la Escuela de Colonia,
economía social de mercado).
4). Amplias
(socioliberalismo, socialdemocracia).
5). Totales
(socialismo).
Por supuesto, muchas
veces las fronteras entre algunas de estas concepciones son difusas, como en el
caso de los “liberales del orden”, o como en la línea evanescente que puede
entretejer más que separar a la socialdemocracia clásica y a los socialistas
democráticos.
Igualmente, las
diferencias entre la economía social de mercado y el socioliberalismo suelen
convertirse en una cuestión de matices.
Personalmente,
considero que la normalidad debería consistir en políticas sociales mínimas, a
la manera de los vouchers o cheques escolares propuestos por Milton Friedman, pero
contemplando la posibilidad de medidas más amplias en situaciones excepcionales
como la actual. Huelga decir que, en este tipo de circunstancias, el problema
radica en tener un protocolo de salida que evite la eternización de lo
extraordinario.
Aquí cabe recordar a
Ronald Reagan y su célebre sentencia: “El mejor programa social es tener un
empleo”. De acuerdo con esto, más allá de los subsidios transitorios para el
confinamiento deberíamos enfocarnos en cómo implementar un retorno inteligente,
gradual y ordenado al trabajo.
Alemania y la
República Checa ya están dando algunos pasos en este sentido, que pueden servir
de modelo. En ambos países se ha optado por flexibilizar la apertura de
pequeños negocios comerciales (venta y reparación de bicicletas, librerías,
tiendas de artesanías, etc.), que tendrán baja afluencia de público y evitarán
las aglomeraciones. La liberación de los servicios de reparto a domicilio en
Bolivia apunta en el mismo y correcto sentido.
Otro ángulo puede
ser el de los incentivos fiscales al teletrabajo, la bioseguridad y el
distanciamiento social, reduciendo impuestos para facilitar la transición hacia
estos cambios que sí han llegado para quedarse y que constituyen los ejes de un
nuevo paradigma laboral.