“Gobierno mundial”
Emilio Martínez Cardona
La crisis del coronavirus da para todo, nutriendo
versiones y opiniones variopintas que componen una amplia “disparatología”. En
Bolivia, el candidato Carlos Mesa no deja el modo electoralista y prodiga
aportes a esa antología del disparate, en el afán de visibilizarse en momentos
en que la gente tiene otras prioridades.
Primero lanzó la consigna “emisión sin inflación”, en una
suerte de keynesianismo reduccionista, jibarizado, basándose sobre el supuesto
de que darle a la máquina de imprimir billetes no tendría mayores consecuencias
en el marco de una contracción de la demanda, generada por el confinamiento
domiciliario. Esto, sin tener en cuenta los percances que también estaría
atravesando la oferta a raíz de la paralización de actividades.
Pero poco después se superó a sí mismo, proponiendo un
“gobierno mundial” para hacerle frente a la crisis del Covid-19. Idea
probablemente mal copiada del laborista británico Gordon Brown, que ha sido
algo más sutil al sugerir una “task force” internacional que gestione la
emergencia.
“Gobierno mundial en temas de salud, en temas económicos,
en temas de seguridad. (…) Gobierno mundial con mecanismos mundializados de
decisión y protocolos de comportamiento colectivo”, fueron los términos
empleados por el ex presidente boliviano, quien también habló de “un Estado con
mucho más control sobre la sociedad”.
El planteamiento generó comentarios como el del
economista Mauricio Ríos García en Twitter, señalando: “Ya escuché un par de
veces esta entrevista con @carlosdmesag. Todo lo que ha dicho sobre la pandemia
y las medidas económicas para Bolivia son un delirio tal que jamás había
escuchado decir a ningún político boliviano. ¿Gobierno mundial, en serio?”.
Lo cierto es que la idea del gobierno mundial proviene de
una poco honrosa tradición, donde podemos incluir desde el viejo
“internacionalismo proletario” de cuño leninista hasta la reedición más
reciente de la propuesta desde el Foro Social Mundial (Porto Alegre), organización
emparentada con el Foro de Sao Paulo.
El potencial despótico de la idea de gobierno mundial ya
fue advertido hace mucho y no precisamente por intransigentes del
estado-nación, sino por un lúcido cosmopolita como Jacques Maritain, quien, al
tiempo de promover desde las páginas de El
Hombre y el Estado (1951) una “sociedad política internacional organizada”,
advertía acerca de los peligros de una “teoría puramente gubernamental de la
organización del mundo” que conduciría a “un Super-Estado absoluto o a un
Estado superior privado de su cuerpo político”, derivando en un “imperio
democrático multinacional que no sería mejor que los otros”.
Sin duda, hacer frente a la crisis actual requiere una
alta dosis de cooperación multilateral, lo que supone el concurso activo de los
estados-nación y no su utópica (o distópica) disolución en una burocracia global
centralizada.