El racismo progre
Entre la xenofobia K y el
marxismo étnico
Emilio Martínez Cardona
“Los italianos son mafiosos por herencia genética”. La
frase brutal pertenece a la vicepresidenta de Argentina, Cristina Fernández de
Kirchner, y fue perpetrada días atrás a manera de crítica contra la ascendencia
de Mauricio Macri.
Con su disparate, Fernández se ganó que el viceministro
del Interior de Itailia, Achille Variati (PD, centroizquierda), la calificara
de “evidentemente e insoportablemente racista”.
El caso de la “xenofobia K” es otra muestra de que el
racismo no es patrimonio exclusivo de la extrema derecha y que suele aparecer
también –a veces camuflado o sutilizado- entre las opiniones autodefinidas como
progresistas.
Ahora, con el desembarco de Álvaro García Linera en la
UNSAM (Universidad Nacional de San Martín) como catedrático de antropología y
sociología, el racismo progre del vecino país puede tener un refuerzo desde el
“marxismo étnico”, del que alias Qananchiri es exponente.
Desde el Grupo Comuna y a lo largo de todo el régimen
del Movimiento Al Socialismo, García Linera formuló una peculiar versión del
gramscismo donde la hegemonía en el bloque histórico revolucionario
correspondía a los aymaras, la “etnia fuerte” de Bolivia, como sostuviera en un
simposio convocado por los franciscanos en Cochabamba.
Lo cierto es que los excesos en la discriminación
afirmativa pueden conducir a formas de racismo inverso o reabrir
confrontaciones allí donde se estaban superando. Y eso es precisamente lo que
sucedió, llevando a que, por ejemplo, se privilegiara a ciertos electorados por
razones etno-geográficas, logrando que un 30% de la población tenga el 50% de
las bancas parlamentarias a través de la manipulación del sistema de
circunscripciones.
En el fondo, lo que tuvimos durante 14 años fue un indigenismo
instrumental, practicado como cobertura de un poder hegemonista y de profunda
vocación autoritaria.
La mejor demostración del carácter meramente
utilitario y cosmético de ese indigenismo fue la feroz represión policial
contra los marchistas del Tipnis en Chaparina, atropello que en ningún momento
mereció autocrítica alguna de parte de García Linera.
Es que, en sus propias palabras, la etnicidad es “una
estrategia discursiva performativa de reubicación de clase” (ver su reciente
conversatorio en el CELAG). Una posible traducción de la frase al castellano
diría que el racismo inverso fue en realidad un medio para que una fracción
postergada, resentida o decadente de la clase media tradicional, se elevara a
la cúspide del poder estatal empleando como herramienta de choque a los
movimientos sociales. Por ahí van los tiros.