jueves, 30 de enero de 2020


Maduro privatizador



Emilio Martínez Cardona

El dictador Nicolás Maduro acaba de proponer un plan que busca otorgarle mayorías accionarias y control propietario a grandes trasnacionales petroleras, lo que liquidaría el dominio monopólico de PDVSA sobre el sector hidrocarburífero de Venezuela. En otras palabras, privatizaciones.

Por supuesto, la iniciativa del autócrata viene con trampa, ya que es parte de una estrategia para procurar un levantamiento, así sea parcial, de las sanciones internacionales contra su régimen. Las inversiones extranjeras no llegarán mientras el esquema de sanciones siga igual.

Pero se sabe que Maduro ya ha estado hablando con Repsol (España), Eni SpA (Italia) y Rosneft PJSC (Rusia) sobre su plan, que además apunta a una reestructuración de la deuda de PDVSA.         

En cualquier caso, estamos ante un reconocimiento implícito del desastre que ha significado la gestión corrupta de esa empresa estatal, que fue pieza clave para el despilfarro de 700.000 millones de dólares realizado por el chavismo a lo largo de la última década.

Una vez más, queda en evidencia el resultado ruinoso de los grandes elefantes públicos socialistas. Y ya sea por desesperación o cálculo, Maduro parece estar entrando en una “fase Deng”.

Nos referimos a Deng Xiao Ping, el heredero de Mao que revisó el sistema comunista y permitió las islas de propiedad que, tiempo más tarde, se multiplicarían convirtiendo a China en el coloso de economía mixta o capitalismo dirigido que es hoy en día. Al final, el socialismo termina siendo el camino más largo y accidentado hacia el capitalismo.

Está claro que el giro privatizador de Maduro es parte de sus maniobras para permanecer en el poder, y es de alguna manera una fase superior de la relativa liberalización económica iniciada con la flexibilidad para la circulación del dólar en territorio venezolano.

“Sigo yo, pero con el modelo chino”, se podría sintetizar la nueva fórmula esbozada, que seguramente contará con cierta ayuda desde la directiva paralela de la Asamblea Nacional que encabeza Luis Parra.

El desafío, para la oposición venezolana, es transformar la pequeña brisa de liberalización económica en vientos de libertad política, condicionando cualquier apertura en materia de sanciones o de llegada de Inversión Extranjera Directa a objetivos claros en derechos humanos.

“Inversiones con democracia” podría ser la fórmula alternativa a impulsar desde el arco opositor. Algo que exigiría redoblar esfuerzos de diplomacia democrática para incluir el condicionamiento de las inversiones con pasos reales de apertura política.

La otra variable en la ecuación opositora es interna y tiene que ver con la necesidad de lo que Diego Arria ha denominado un “gobierno autónomo” a cargo de Juan Guaidó, que incorpore como vicepresidente y ministros a referentes fundamentales de la lucha contra la dictadura chavista, tema que será objeto de un próximo artículo.