Años negros para los bosques
Emilio Martínez Cardona
Que en el año en curso se ha producido un impacto
devastador en materia de incendios forestales no hay como minimizarlo, por más
que lo intenten los representantes del oficialismo. Tanto por la concentración
en tiempo y espacio, como por haberse generado los principales focos de fuego
en inmediaciones de varias áreas protegidas.
Todo lo sucedido deja al desnudo la baja capacidad de
gestión de crisis del gobierno de Evo Morales, la soberbia que da la espalda al
clamor de las regiones, la política de colonización cocalera y la continuidad
de una vieja reforma agraria socializante.
Sin embargo, aún así el análisis comparativo con años
anteriores es interesante, sobre todo si buscamos indagar las causas de fondo del
fenómeno.
Lo cierto es que según la Fundación de Amigos de la
Naturaleza (FAN) -una de las instituciones ambientalistas más creíbles del
país- en el 2010, 2005 y 2004 se dieron picos de quemas de más de 3 millones de
hectáreas anuales. La presencia en el poder del régimen actual en el 2010
podría remitirnos a causas similares a las del 2019, lo que es una parte de la
verdad. Pero las grandes quemas del 2004 y 2005 obligan a profundizar las
preguntas.
Vamos entonces a los archivos de prensa: de acuerdo a un
despacho de la Agencia de Noticias Fides (ANF) del 15 de septiembre de 2004, titulado
“Gobierno no aprobó presupuesto para paliar los desastres naturales”, la
administración de Carlos Mesa se negó a viabilizar un presupuesto de 50
millones de Bs. destinado a mitigar las inclemencias climáticas, entre ellas
importantes incendios forestales, sobre todo en el eje central del país.
“A pesar de existir un fondo que obliga a los gobiernos
de turno a destinar el 1,15% para estas emergencias, la actual administración
no incorporó dentro del Presupuesto General de la Nación esos recursos”,
indicaba el artículo citado.
¿Simple indolencia de uno u otro gobierno, o habrá que ir
a las razones estructurales? Entre estas últimas es imposible no detenerse en
el centralismo, que aleja el núcleo decisional de la geografía inmediata
aquejada por los desastres. ¿Por qué territorios como el de Santa Cruz, con una
extensión mayor a la de Alemania, tienen que esperar a una orden lejana
-inevitablemente tardía- para pedir la asistencia de un avión bombero?
El absurdo salta a la vista y no parece tener solución
posible a menos que se piense en un nuevo modelo de Estado, de tendencia
federalista.
Un cambio fundamental que obviamente no puede darse en el
marco de un régimen populista-autoritario como el vigente, ni en un gobierno
tan débil como andinocentrista como el que –difícilmente, según las tendencias
de las encuestas- podría encabezar el mencionado ex mandatario.
No queda más que esperar a que Santa Cruz y otras
regiones “periféricas” al centralismo se pongan los pantalones y asuman en la
recta final del proceso electoral el liderazgo transformador que corresponde a
estos tiempos. Lo demás son cuentos.