jueves, 23 de mayo de 2019


Almagro, jefe de campaña de la oposición

Emilio Martínez Cardona

Con su infame voltereta, el secretario general de la OEA, Luis Almagro, podría haber fortalecido –paradójicamente- la defensa del 21F y de la democracia, a raíz de la indignación generada en la mayoría de la población.

La indignación ha sido una fuerza motora fundamental de esta lucha, un combustible al que el ex canciller del tupamaro Mujica acaba de prenderle fuego con su acto de inconsecuencia histórica.

Si el embajador estadounidense Manuel Rocha acabó siendo, sin quererlo, el “jefe de campaña” de Evo Morales en las elecciones del 2002, que pusieron al caudillo cocalero en la posición de expectativa presidencial que desencadenaría los acontecimientos de los años siguientes, ahora Almagro podría terminar siendo el jefe de campaña de la oposición, sobre todo para Oscar Ortiz, quien le puso el pecho al funcionario y su corte kirchnerista, en contraposición con un Carlos Mesa que se relegó a un tibio segundo plano.

Será interesante ver las encuestas que se elaboren después de este suceso fundamental, que tiene el potencial de constituirse en un punto de giro para la campaña.

Los momentos críticos o definitorios –y éste lo fue- muestran la solidez de los liderazgos y los electores sin duda habrán tomado buena nota de las diferencias de intensidad, coraje y firmeza exhibidas por los principales postulantes opositores.

La evaluación cualitativa de los liderazgos es vital para decidir a través del voto la pregunta que ha planteado el analista Roberto Laserna: “¿Quién encabezará la resistencia democrática?”.

Resistencia que podría realizarse desde el gobierno, contra un Movimiento Al Socialismo desestabilizador, convertido en “oposición cabrona” al decir de Carlos Valverde, y frente al cual no cabría la debilidad; o desde el llano en caso de una reelección tramposa.

Ninguno de los dos escenarios parece muy favorable a Mesa: el primero ya se dio en el 2003-2005 y terminó con sus renuncias, que le abrieron las puertas del palacio al clan del Chapare. En el segundo, lo más probable es que tras una derrota electoral el historiador se repliegue a la vida privada y asistamos a la disolución de su club de amigos, sin vocación partidaria.

Sobre las falacias esgrimidas en torno al voto útil, sería bueno aclarar que esta franja no le pertenece al candidato “ciudadano”, siendo exactamente el mismo porcentaje que acompañó al principal postulante opositor en las elecciones del 2005, 2009 y 2014.

Se trata en realidad de un voto flotante de oposición, sin nombre ni apellido, que en cinco meses puede migrar (los sondeos lo confirman) con relativa facilidad.

Si la oposición boliviana quiere tener chance de vencer a Evo Morales en octubre y de construir una gobernabilidad posterior, lo que debería moverse es el eje del debate: del candidato “único” al idóneo, lo que debería tener en cuenta: a) los antecedentes que demuestran una conducta (lucha por la democracia y contra la corrupción, vs colaboración con el régimen), y b) visión y proyecto de país (cambio vs continuismo).