28A: consecuencias para América Latina
Emilio Martínez
Cardona
Este domingo 28
de abril se llevarán a cabo las elecciones generales en España, donde se
definirá la composición del Parlamento y, por lo tanto, del gobierno.
Hasta ahora, las
múltiples encuestas indican que ninguna fuerza podrá formar mayoría por sí
sola, consolidándose el carácter multipartidista del sistema político español
de los últimos años, que en esta ocasión, con la irrupción de la nueva derecha
de Vox en el panorama electoral, pasa de ser tetra-partidista a
penta-partidista.
El primer lugar
lo tiene, según los sondeos, el Partido Socialista Obrero Español (PSOE),
tienda que en otras épocas llegó a ser cuasi-liberal bajo el liderazgo de
Felipe González, pero que naufraga en aguas keynesianas desde Rodríguez
Zapatero (“ZP”, como lo conocen allá), además con una política exterior de
tibieza –y a veces de clara funcionalidad- hacia los regímenes populistas
latinoamericanos.
En este último
punto parecen haber influido tanto los negocios navieros, petroleros y cambiarios de ZP con
el chavismo como la necesidad del actual presidente, Pedro Sánchez, de contar
en el Congreso con los votos neo-comunistas de Podemos, formación financiada
desde Caracas y Teherán.
De ahí que
Sánchez haya presionado a nivel europeo para que se tomara una “posición
colectiva” sobre la crisis venezolana, diluyendo las posturas más firmes
asumidas por algunos de los gobiernos, y que desde el Grupo de Contacto juegue
a darle tiempo a Nicolás Maduro.
Por lo tanto,
una coalición PSOE-Podemos sería un escenario político poco favorable a la
redemocratización de Venezuela. La sumatoria requeriría también del concurso de
los partidos nacionalistas de izquierda de Cataluña, lo que empujaría a este
ensamble hacia posturas aún más radicales.
Una variante
disimulada de este pacto sería la que sugirió el propio Sánchez en el último
debate de candidatos: un gobierno socialista que incluya “personalidades
progresistas independientes”, lo que equivale a proponer que los podemitas
asuman ministerios a título individual.
Por el otro
flanco del espectro ideológico, las opciones pasarían por un gobierno
encabezado por un Partido Popular renovado generacionalmente, en una de estas
dos variantes: a) en coalición con el centrista Ciudadanos y con el apoyo
parlamentario de Vox (tal vez sin ministros de esta formación), y b) un pacto
PP y Cs que incluya a los nacionalistas más moderados, como Coalición Canaria y
el PNV.
Ambas opciones
encuentran resistencia en distintas alas de Ciudadanos, donde Manuel Valls
habla de un “cordón sanitario” contra la nueva derecha, y donde amplios
sectores prefieren evitar cualquier tipo de acuerdo con partidos nacionalistas.
De darse la
opción a, un gobierno español de centroderecha sería mucho más proclive a seguir
profundizando el reconocimiento a Guaidó y el endurecimiento de sanciones
contra los jerarcas del narco-régimen madurista.
Quedan también
las opciones “impensables” pero no imposibles: coalición PSOE-Ciudadanos (idea
grata para Sánchez) o la de los “dos grandes”, PSOE y PP, fórmula ya ensayada
en varios países europeos, particularmente en Alemania.