viernes, 1 de marzo de 2019


Lo mágico en la ciencia



Emilio Martínez Cardona

-Artículo publicado en el número 20 de Percontari, revista del Colegio Abierto de Filosofía

Contrariando mi plan original, que era el de discernir los funcionamientos antinómicos del pensamiento científico y del pensamiento mágico, preferí la vía más problemática, pero probablemente también más fértil, de enumerar varios casos de intersección entre estos dos conjuntos o de fronteras borrosas entre ambos.

Comienzo por algunos ejemplos de intuición onírica que han supuesto grandes desarrollos en la ciencia: el de Friedrich August Kekulé, que en el siglo XIX tuvo no uno sino dos sueños –incluyendo a la serpiente alquímica Uroboros- que le permitieron establecer la estructura de la molécula del benceno, abriendo un vasto campo para la química orgánica; y el del matemático indio Srinivasa Ramanuján, quien hizo importantes contribuciones a la teoría de números, las series y las fracciones continuas, aportando los cimientos para la actual formulación de la teoría de cuerdas, todo en base a mensajes que, según afirmaba, le dictaba en los sueños la diosa Namagiri.

Una clave para desentrañar esta aparente paradoja podría estar en los estudios del antropólogo Claude Lévi-Strauss, sobre todo en su obra El pensamiento salvaje (1962), donde desmontaba la oposición absoluta entre el modo de pensamiento de los pueblos primitivos y civilizados, tal como había sido expuesta por Lucien Lévy Bruhl.

En el libro mencionado, explicaba cómo mucho del “pensamiento primitivo” contenía las mismas reglas estructurantes que el moderno pensamiento científico y viceversa. De esto podemos deducir que hay igualmente un núcleo de pensamiento mágico subsistente en la ciencia.

No muy distinto fue lo formulado por un racionalista como Bertrand Russell, quien admitía que en última instancia el método científico se basa en un “misticismo lógico”, donde tarde o temprano se llega a un axioma fundante indemostrable, que requiere un salto de fe.    

Habrá que superar, entonces, la lineal filosofía de la historia y de la ciencia legada por Comte, que todavía nos condiciona aunque sea de manera implícita o inconsciente. Aquella que dividía la historia en las etapas religiosa, metafísica y positiva.

El paradigma sustitutivo de ese evolucionismo cultural ingenuo podría ser el de un paralelismo o complementariedad entre dos modos de pensamiento, entre esas dos “mentes” que coexisten en la estructura bihemisférica del cerebro humano.