Sobre puentes y Pontífices
Emilio Martínez Cardona
Semanas atrás, el papa Bergoglio hablaba desde Panamá de
“construir puentes y no muros”, en clara alusión negativa a una de sus bestias
negras favoritas, Donald Trump.
Es cierto que la construcción de puentes (sociales,
políticos, culturales, religiosos) es parte fundamental de su rol como
Pontífice, que en la antigua Roma era el funcionario que tenía a su cargo el
cuidado del puente sobre el río Tíber.
Pero al margen de la polémica sobre el muro fronterizo
que se comenzó a construir con Bill Clinton, se continuó con George W. Bush y
al que Trump quiere completar, sería importante que Bergoglio aplicara su
afición a los puentes al caso venezolano, donde éstos se encuentran bloqueados
por un narco-régimen que evita la llegada de alimentos e insumos médicos que
serían vitales para la supervivencia de casi 300.000 personas.
Sin embargo, lejos de pronunciarse por la apertura
humanitaria de los puentes, el amurallado Vaticano ha elegido una supuesta
“neutralidad positiva”, que en realidad debe llamarse prescindencia.
Aunque la neutralidad activa (que es su nombre correcto)
no es algo nuevo, sino la doctrina que ha orientado casi permanentemente a la
diplomacia helvética, eso no ha impedido que Suiza condenara las invasiones soviéticas
de Hungría, Checoslovaquia y Afganistán, o al sistema del apartheid en
Sudáfrica. De manera que no puede ser excusa para ignorar el drama venezolano,
o para referirse a él de forma sibilina, con una “imparcialidad” digna de
Poncio Pilatos.
A los católicos rigoristas que ven un problema en
disentir con Bergoglio en este tema, habrá que recordarles que la infalibilidad
pontificia sólo es válida para las declaraciones “ex cathedra” en las que el
papa define dogmas de fe, y no alcanza a sus opiniones políticas, que pueden
ser discutidas con libertad.
El trasfondo para la orientación de Bergoglio es su
pasaje décadas atrás por la “teología del pueblo”, prima-hermana peronista de
la marxista “teología de la liberación”, lastre ideológico setentista del cual
el papa no parece haberse desprendido.
De ahí su furibundo anticapitalismo y su absoluta
incomprensión del liberalismo económico; sus sonrisas indisimuladas con los
capos de la mafia socialista del siglo XXI; su frialdad hacia los nuevos
gobernantes que encarnan el giro re-democratizador en América Latina, tras los
desastres del populismo.
¡Qué nostalgia de las épocas en que otro papa, Karol
Wojtyla, ayudaba a derribar aquel muro que sí merecía ser destruido! El de
Berlín, claro, la infame “muralla antifascista” que no habría caído sin la
previa rebelión polaca de Solidarnosc, alentada desde el Vaticano, con la que
comenzó el derrumbe del dominó totalitario en Europa del Este.
Tal vez habrá que enviarle a Bergoglio un ejemplar del
libro “El espíritu del capitalismo democrático”, del filósofo católico y
liberal Michael Novak, cuyo pensamiento influyó decisivamente sobre la
encíclica “Centesimus Annus” de Juan Pablo II, donde se afirma que “el libre mercado
es el instrumento más eficaz para colocar los recursos y responder a las
necesidades”.
(Nota: Al momento
de publicarse este artículo, se conoció la respuesta papal al pedido de
mediación hecho por Nicolás Maduro. En la carta, Bergoglio llama al usurpador “Excelentísimo
Sr.” y no presidente, lo que representa un mínimo paso en la dirección correcta).