Los intelectuales y el 21F
Emilio Martínez Cardona
Tanto en el periodo inmediatamente previo al ascenso al
poder del evismo como en los primeros años del régimen, la hegemonía ideológica
lograda por el proyecto populista-socialista en el mundo de la cultura boliviana
fue amplia, apenas contestada por escasos y valientes intelectuales liberales.
Poco a poco, a medida que la realidad iba confirmando el
verdadero rostro de un gobierno neo-autoritario, más allá de los ilusionismos discursivos,
esa cuasi unanimidad se fue erosionando y se multiplicaron las disidencias también
entre la izquierda.
La represión contra los marchistas en Chaparina
fue un primer punto de inflexión, al hacer cortocircuito la praxis
gubernamental con las banderas del indigenismo y el ecologismo, tan esgrimidas
por el caudillo y sus constructores de imagen.
Pero el distanciamiento entre los intelectuales
(englobando tanto a los artistas como a los estudiosos de las humanidades) y el
gobierno del MAS se transformó en grieta con el referéndum del 21 de febrero
del 2016, dando un auténtico salto cualitativo muy problemático para el
régimen.
Es así que han proliferado desde canciones sobre el 21F
hasta videos humorísticos, pasando por puestas de teatro callejero, libros, manifiestos
y, ante todo, un aluvión de columnas de opinión fuertemente críticas hacia la
burda manipulación del sistema constitucional.
A raíz de esa desafección, el evismo ha perdido buena
parte de su “poder blando” de persuasión, optando por reforzar el uso del
“poder duro” de represión en su búsqueda frenética de perpetuación en el mando
estatal.
De eso se trata la teoría de la “convulsión social”
adelantada por el presidente cocalero, que apunta a justificar una mayor
coacción contra los movimientos de protesta en defensa del 21F, alegando que
forman parte de una suerte de alzamiento sedicioso.
Pero como esta receta por sí sola es demasiado brutal,
como ya se ha visto en Nicaragua y Venezuela, se planea acompañarla de una
contraofensiva prebendalista destinada a recapturar alguna franja de la
intelectualidad para el oficialismo y sus adyacencias.
La maniobra es orquestada desde la vicepresidencia y ya
se verá en los próximos meses cómo se improvisan subsidios hacia diversos
sectores de la cultura, en realidad cantos de sirena para incautos, dado que
los fondos quedarán mayormente en un pequeño grupo de amigos del poder que
cumplan con ciertas metas propagandísticas (ver el reciente Kjarkas-gate).
Será una disyuntiva entre la lucidez libertaria y la
cortedad de miras clientelista. Entre el compromiso ético y la cooptación
cleptocrática.
En todo caso, la construcción de políticas culturales
serias deberá esperar al 2.020 para que, en el marco de una democracia
plenamente recuperada, se discutan mecanismos no discrecionales ni sesgados
para la promoción de las artes y las humanidades.