El fracaso de la “Anti-OEA”
Emilio Martínez Cardona
Durante muchos años, la dictadura cubana convocó a formar
una “OEA sin Estados Unidos”, fustigando al sistema interamericano como un
supuesto “Ministerio de Colonias” dependiente de la Casa Blanca.
En la primera década del siglo XXI, la retórica castrista
pareció encontrar finalmente una vía de concreción a través de la acción
regional de Hugo Chávez, quien a punta de petro-dólares impulsó la creación de
organismos como Unasur y la Celac, en los que parecía materializarse el anhelo
de la tiranía caribeña.
Sin embargo, tras 14 años de existencia, la Unasur ha
entrado en una crisis terminal que incluye un radical desfinanciamiento: sólo Bolivia, Guyana y Surinam pagaron sus aportes
del 2017, mientras que la mayoría de los países integrantes, incluyendo a la
quebrada Venezuela, evitaron el pago.
La crisis estructural sería también de infraestructura,
toda vez que el presidente de Ecuador, Lenin Moreno, ha pedido la devolución
del edificio construido en ese país para el agonizante organismo.
De manera que los días de la “Anti-OEA” parecen contados,
derrumbándose la fallida venganza histórica de los Castro.
La animadversión del estalinismo tropical contra la OEA
proviene de los días en que el organismo suspendió a Cuba en aplicación de la
lúcida “Doctrina Betancourt”, que procuraba la instalación de un cordón
sanitario en torno a los regímenes totalitarios que se intentase imponer en el
continente.
Recordemos esta doctrina en palabras de su creador, el ex
presidente venezolano Rómulo Betancourt: “Solicitaremos cooperación de otros
Gobiernos democráticos de América para pedir, unidos, que la Organización de
Estados Americanos excluya de su seno a los Gobiernos dictatoriales porque no
sólo afrentan la dignidad de América, sino también porque el Artículo 1 de la
Carta de Bogotá, acta constitutiva de la OEA, establece que sólo pueden formar
parte de este organismo los Gobiernos de origen respetable nacidos de la
expresión popular, a través de la única fuente legítima de poder que son las
elecciones libremente realizadas. Regímenes que no respeten los derechos
humanos, que conculquen las libertades de sus ciudadanos y los tiranice con
respaldo de las políticas totalitarias, deben ser sometidos a riguroso cordón
sanitario y erradicados mediante la acción pacífica colectiva de la comunidad
jurídica internacional”.
La coherencia de este gran demócrata venezolano lo llevó,
durante su gestión presidencial, a cortar relaciones con dictaduras de
izquierda y derecha por igual, como la Cuba de Fidel, la República Dominicana de
Trujillo y la España de Franco, y a ser objeto de intentos de magnicidio
propiciados por los dos primeros autócratas mencionados.
Hoy en día, la “Doctrina Betancourt” está siendo
actualizada por lo que se ha denominado como la “Doctrina Almagro”, en función
de la cual se está aislando al narco-régimen de Nicolás Maduro y Diosdado
Cabello.
Mientras tanto, la dictadura cubana sigue demostrando que
es el auténtico “Ministerio de Colonias” de América Latina, operando –como lo
hizo en el pasado con el imperio soviético- para facilitar la injerencia de potencias
extra-continentales como Irán, Rusia y China.