Objeción de conciencia: el ejemplo de Nicaragua
Emilio Martínez Cardona
La brutal represión desatada en Nicaragua por el régimen
de Daniel Ortega en las últimas semanas, principalmente dirigida contra los
universitarios, superó en mucho a la del dictador Anastasio Somoza.
Si este último cargaba con 4 asesinados y 60 heridos en
la masacre estudiantil de julio de 1959, Ortega ya lleva 63 muertos y más de
200 heridos en el conflicto reciente, siguiendo el camino de Venezuela y, por
supuesto, de Cuba.
Lo interesante del caso es la postura adoptada por las
Fuerzas Armadas nicaragüenses, que se han negado a ejercer la violencia contra la
población civil y han conminado al presidente sandinista a unas negociaciones que
podrían conducir a su salida del poder.
“No tenemos por qué reprimir. Creemos que el diálogo es
la solución”, ha dicho el portavoz oficial de los militares, el coronel Manuel
Guevara.
Desde su cuenta en Twitter, Diego Arria, ex embajador de
Venezuela en las Naciones Unidas y uno de los principales dirigentes del exilio
de ese país, ha señalado que “la Fuerza Armada Nica tiene mejor olfato de lo que
se le puede venir encima (Trump) que la cúpula criminal local”, refiriéndose
con esto último al estamento castrense venezolano.
Lúcidamente, Arria alude al reordenamiento mundial puesto
en marcha por el equipo Trump-Pence-Bolton-Pompeo, que incluye una “doblada de
brazo” histórica a la tiranía estalinista de Corea del Norte, un obligado giro
pragmático de Rusia que parece alejarse de Irán y, previsiblemente, una próxima
entrada en cintura de los ayatolas en un nuevo acuerdo de control nuclear, con
los rigores que Barack Hussein Obama no pudo o no quiso imponerle a Teherán
(inspectores en las bases y fin del programa de misiles balísticos intercontinentales).
Complementando esta explicación basada en la disuasión,
no descartemos un componente ético en la decisión de los militares
nicaragüenses, profesionalizados por el acuerdo entre Humberto Ortega (el
hermano inteligente de Daniel) y Violeta Chamorro, que condujo a la transición
democrática en 1990.
Podríamos estar ante un ejemplo de institucionalismo y de
objeción de conciencia frente a órdenes ilegales, que ojalá cundiera entre sus
pares de otros países, especialmente en esa Venezuela desangrada y hambreada
por el chavo-madurismo. Pero no solamente allí.
Y no se trata de postular ninguna variante de golpismo,
sino de la sujeción de los uniformados a sus mandatos constitucionales y al
principio republicano de neutralidad partidaria, por encima de los intentos de
alineamiento ideológico promovidos por quienes buscan convertir a las Fuerzas
Armadas en sus guardias pretorianas.
En Bolivia, de confirmarse las denuncias hechas por el
prestigioso periodista brasileño Leonardo Coutinho sobre los “vuelos de la
droga”, está claro que los militares estarían en la obligación de desobedecer
cualquier instructiva de participación en la denominada Ruta del ALBA.