Evo, más fama que cronopio
Emilio Martínez Cardona
El presidente Evo Morales fue pescado “manos en la masa”
en un nuevo escándalo, que no sólo involucra a sus lugartenientes sino a él
mismo, tal como se viera con el caso Zapata-Camc.
El reciente negociado podría titularse el “Caso
Kronopios” o las “Olimpíadas de la Corrupción”, y tiene que ver con los 100
millones de bolivianos adjudicados de manera directa a empresas de dudosa
idoneidad, para la provisión de servicios y equipamiento a los Juegos Sudamericanos
2018 (Odesur).
Buena parte del negocio fue realizado a través de la fantasmal
firma Kronopios, de propiedad del ex ministro de culturas y cuñado del
vicepresidente, Pablo Groux.
Más cerca del surrealismo cleptocrático que del
cortazariano, el asunto incluyó “carpinterías que alquilan lanchas de esquí
acuático, importadoras de equipos médicos que proveen equipos para deportes
ecuestres, empresas de servicios que venden equipos de tiro deportivo…”, según
tuits del senador denunciante.
Todo se complicó al conocerse que el mismísimo “Jefazo”
se reunió con varios de los postulantes a adjudicatarios para definir los
contratos, lo que podría configurar un gigantesco tráfico de influencias.
La cuestión no deja de despertar ecos literarios para
quienes conocen el origen del término “cronopio”, nacido de la alter-lengua
fraguada por Julio Cortázar en varios de sus mejores cuentos.
En éstos, como se recordará, se describe un mundo poblado
por famas y cronopios, además de las intermedias esperanzas. Los famas son los
representantes de un orden rígido y jerárquico, mientras que los cronopios son
“esos seres desordenados y tibios” que “dejan los recuerdos sueltos por la
casa, entre alegres gritos", representando el polo anárquico y creativo de
la sociedad.
Aunque muchos de los seguidores urbanos del caudillo
cocalero puedan haber aspirado al rango de cronopios en su juventud, lo cierto
es que hoy en día apañan a uno de los peores famas de la historia boliviana, constructor
de un sistema neo-autoritario basado en una movediza mezcla de coerción y
manipulación.
Que no engañen la propensión presidencial al disparate ni
su juerguismo consuetudinario: más de 1.000 exiliados y casi medio centenar de
presos políticos no dejan margen para la incertidumbre. Hablamos de un
despotismo nada lúcido ni lúdico, enmascarado tras formas democráticas
residuales pero portador de una degradación ética que costará mucho reparar en
los próximos años.
Del laberinto evista de la corrupción sólo se podrá salir
con una normativa inteligente que establezca la obligatoriedad de las
licitaciones públicas en toda compra importante del Estado, en combinación con
una política de desregulaciones que elimine la frondosa cantidad de oportunidades
para el soborno y la extorsión burocrática.
Terminemos con un párrafo ilustrativo de Historias de cronopios y de famas, de
Cortázar: “Ahora pasa que las tortugas son grandes admiradoras de la velocidad,
como es natural. Las esperanzas lo saben, y no se preocupan. Los famas lo
saben, y se burlan. Los cronopios lo saben, y cada vez que encuentran una
tortuga, sacan la caja de tizas de colores y sobre la redonda pizarra de la
tortuga dibujan una golondrina”. La tortuga, en este caso, es el Estado.