jueves, 24 de mayo de 2018


Evo, más fama que cronopio



Emilio Martínez Cardona

El presidente Evo Morales fue pescado “manos en la masa” en un nuevo escándalo, que no sólo involucra a sus lugartenientes sino a él mismo, tal como se viera con el caso Zapata-Camc.

El reciente negociado podría titularse el “Caso Kronopios” o las “Olimpíadas de la Corrupción”, y tiene que ver con los 100 millones de bolivianos adjudicados de manera directa a empresas de dudosa idoneidad, para la provisión de servicios y equipamiento a los Juegos Sudamericanos 2018 (Odesur).

Buena parte del negocio fue realizado a través de la fantasmal firma Kronopios, de propiedad del ex ministro de culturas y cuñado del vicepresidente, Pablo Groux.

Más cerca del surrealismo cleptocrático que del cortazariano, el asunto incluyó “carpinterías que alquilan lanchas de esquí acuático, importadoras de equipos médicos que proveen equipos para deportes ecuestres, empresas de servicios que venden equipos de tiro deportivo…”, según tuits del senador denunciante.

Todo se complicó al conocerse que el mismísimo “Jefazo” se reunió con varios de los postulantes a adjudicatarios para definir los contratos, lo que podría configurar un gigantesco tráfico de influencias.

La cuestión no deja de despertar ecos literarios para quienes conocen el origen del término “cronopio”, nacido de la alter-lengua fraguada por Julio Cortázar en varios de sus mejores cuentos.

En éstos, como se recordará, se describe un mundo poblado por famas y cronopios, además de las intermedias esperanzas. Los famas son los representantes de un orden rígido y jerárquico, mientras que los cronopios son “esos seres desordenados y tibios” que “dejan los recuerdos sueltos por la casa, entre alegres gritos", representando el polo anárquico y creativo de la sociedad.

Aunque muchos de los seguidores urbanos del caudillo cocalero puedan haber aspirado al rango de cronopios en su juventud, lo cierto es que hoy en día apañan a uno de los peores famas de la historia boliviana, constructor de un sistema neo-autoritario basado en una movediza mezcla de coerción y manipulación.

Que no engañen la propensión presidencial al disparate ni su juerguismo consuetudinario: más de 1.000 exiliados y casi medio centenar de presos políticos no dejan margen para la incertidumbre. Hablamos de un despotismo nada lúcido ni lúdico, enmascarado tras formas democráticas residuales pero portador de una degradación ética que costará mucho reparar en los próximos años.

Del laberinto evista de la corrupción sólo se podrá salir con una normativa inteligente que establezca la obligatoriedad de las licitaciones públicas en toda compra importante del Estado, en combinación con una política de desregulaciones que elimine la frondosa cantidad de oportunidades para el soborno y la extorsión burocrática.

Terminemos con un párrafo ilustrativo de Historias de cronopios y de famas, de Cortázar: “Ahora pasa que las tortugas son grandes admiradoras de la velocidad, como es natural. Las esperanzas lo saben, y no se preocupan. Los famas lo saben, y se burlan. Los cronopios lo saben, y cada vez que encuentran una tortuga, sacan la caja de tizas de colores y sobre la redonda pizarra de la tortuga dibujan una golondrina”. La tortuga, en este caso, es el Estado.