Deplorables y
decadentes
Emilio Martínez
Cardona
Existe un amplio
consenso entre los analistas políticos, respecto a que el principal error
cometido por Hillary Clinton en las elecciones presidenciales estadounidenses
del 2016 fue haber calificado despectivamente a los simpatizantes de Donald
Trump como “deplorables”.
Con esta
manifestación de racismo inverso y desprecio elitista contra la mayoría de los
pobladores de varios estados del centro, sur y medio oeste norteamericano, la
entonces postulante del Partido Demócrata se enajenó definitivamente a ese
electorado, compuesto en gran parte por trabajadores industriales, granjeros y
pequeños empresarios de origen anglosajón.
En vez de buscar una
conexión con ellos y tratar de revertir su posición política, la ex secretaria
de Estado quemó las naves, restringiendo sus posibilidades de crecimiento
electoral.
La caracterización
despectiva de segmentos enteros de la población suele pasar factura, algo de lo
que podemos tener una muestra más cercana con el epíteto “decadente” aplicado
por el vicepresidente Álvaro García Linera a la clase media boliviana.
En medio de las
recientes protestas contra el Código Morales, el segundo mandatario apostó de
forma equívoca al enfrentamiento interétnico, mediante arengas de odio racial
con las que presumiblemente pretendía revivir los choques y
contramovilizaciones vividas en el 2008 durante el llamado “punto de
bifurcación”, para usar la terminología del propio vicepresidente.
Como otros
integrantes del ala guerracivilista del régimen, García Linera parece haberse
quedado con las ganas de ver un nuevo ciclo de violencia, al menos por el
momento.
Mientras tanto, ha
terminado de extinguir cualquier resto de simpatía hacia su persona que pudiera
subsistir en las capas medias, otrora seducidas por su retórica y por el perfil
engañosamente moderado que cultivó en las elecciones nacionales del año 2005.
Lo cierto es que la
clase media ha exhibido una vitalidad y potencial que desmienten radicalmente
la pretensión descalificatoria del vice-timonel del “proceso de cambio”.
Nada “decadente”
parece esta clase media de la que él mismo –paradójicamente- procede y a la que
niega en un fenómeno que admite interpretaciones más freudianas que marxistas.
Ideológicamente, ha
de ser difícil para el vicepresidente reconocer que la realidad boliviana está
compuesta en buena medida por estratos intermedios y por una mayoría de
mestizos en diversos grados, una formación social compleja que se contrapone a su
visión polarizadora.
El reduccionismo
dialéctico se acomoda mal a esa estructura barroca, a la que no refleja sino
que más bien enmascara su esquema bifronte, que alienta el hegemonismo
autoritario.
En todo caso, la
hegemonía artificial armada en base a represión y formalidad seudo-democrática
en la última década está en proceso de deconstrucción, precisamente por lo
evanescente de las fronteras sociales en el contexto descrito de complejidad y
movilidad.
El Día