sábado, 3 de febrero de 2018

Deplorables y decadentes

Emilio Martínez Cardona

Existe un amplio consenso entre los analistas políticos, respecto a que el principal error cometido por Hillary Clinton en las elecciones presidenciales estadounidenses del 2016 fue haber calificado despectivamente a los simpatizantes de Donald Trump como “deplorables”.

Con esta manifestación de racismo inverso y desprecio elitista contra la mayoría de los pobladores de varios estados del centro, sur y medio oeste norteamericano, la entonces postulante del Partido Demócrata se enajenó definitivamente a ese electorado, compuesto en gran parte por trabajadores industriales, granjeros y pequeños empresarios de origen anglosajón.

En vez de buscar una conexión con ellos y tratar de revertir su posición política, la ex secretaria de Estado quemó las naves, restringiendo sus posibilidades de crecimiento electoral. 

La caracterización despectiva de segmentos enteros de la población suele pasar factura, algo de lo que podemos tener una muestra más cercana con el epíteto “decadente” aplicado por el vicepresidente Álvaro García Linera a la clase media boliviana.

En medio de las recientes protestas contra el Código Morales, el segundo mandatario apostó de forma equívoca al enfrentamiento interétnico, mediante arengas de odio racial con las que presumiblemente pretendía revivir los choques y contramovilizaciones vividas en el 2008 durante el llamado “punto de bifurcación”, para usar la terminología del propio vicepresidente.

Como otros integrantes del ala guerracivilista del régimen, García Linera parece haberse quedado con las ganas de ver un nuevo ciclo de violencia, al menos por el momento.

Mientras tanto, ha terminado de extinguir cualquier resto de simpatía hacia su persona que pudiera subsistir en las capas medias, otrora seducidas por su retórica y por el perfil engañosamente moderado que cultivó en las elecciones nacionales del año 2005.

Lo cierto es que la clase media ha exhibido una vitalidad y potencial que desmienten radicalmente la pretensión descalificatoria del vice-timonel del “proceso de cambio”.

Nada “decadente” parece esta clase media de la que él mismo –paradójicamente- procede y a la que niega en un fenómeno que admite interpretaciones más freudianas que marxistas.

Ideológicamente, ha de ser difícil para el vicepresidente reconocer que la realidad boliviana está compuesta en buena medida por estratos intermedios y por una mayoría de mestizos en diversos grados, una formación social compleja que se contrapone a su visión polarizadora.

El reduccionismo dialéctico se acomoda mal a esa estructura barroca, a la que no refleja sino que más bien enmascara su esquema bifronte, que alienta el hegemonismo autoritario.


En todo caso, la hegemonía artificial armada en base a represión y formalidad seudo-democrática en la última década está en proceso de deconstrucción, precisamente por lo evanescente de las fronteras sociales en el contexto descrito de complejidad y movilidad.     

El Día