Francia 1944, Venezuela 2018
Emilio Martínez Cardona
El secretario de Estado norteamericano, Rex Tillerson,
emprendió una gira por América Latina para, en sus palabras, “buscar una
solución definitiva a la crisis venezolana”. Esta misión incluye reuniones con
los mandatarios de varias potencias regionales, con el fin de encontrar
consensos hacia un aislamiento integral de la dictadura de Nicolás Maduro.
Extraoficialmente, se especula que la gira de Tillerson
podría tener un objetivo más ambicioso: el sondeo de respaldos políticos para
algún tipo de intervención internacional que ponga fin al ominoso despotismo
chavista.
Ya el jefe de la diplomacia de los Estados Unidos ha
enviado señales claras hacia el estamento militar de Venezuela, alentando a una
rebelión libertadora que, según se deduce de su mensaje, contaría con el
reconocimiento del occidente democrático en general y de Washington en
particular.
Se ha llegado a este extremo debido al fraude estructural
montado por el régimen del PSUV y sus tutores cubanos, al agravamiento de la
crisis humanitaria y, sobre todo, al hecho de que la Venezuela de Maduro,
Diosdado Cabello y Tareck El Aissami se está convirtiendo en un auténtico
riesgo para la seguridad regional, tanto por la construcción de un narco-estado
como por constituir una cabecera de playa de la organización terrorista
Hezbollah en el continente.
Las ingenuidades sobre la necesidad de que la transición
democrática sólo pueda alcanzarse mediante las urnas y sin intervención externa
no pueden hacernos obviar una dura verdad: hay tiranías que no caen sin el
compromiso activo, incluso armado, de la comunidad internacional.
Este cuadro se agudiza cuando el despotismo a derribar es
en realidad una satrapía, es decir, la cuasi-colonia de una dictadura madre que
ocupa militarmente el territorio en cuestión. Ni más ni menos que lo que Cuba
viene haciendo con Venezuela, con la presencia de un generalato de la isla que
es el que realmente conduce a las Fuerzas Armadas de esa nación.
Extrapolando situaciones, esperar que el castrismo se
marche de Venezuela con una farsa electoral montada por sus propios operadores
es como pretender que el régimen de Vichy en la Francia ocupada de 1944 hubiera
convocado a elecciones libres, para luego pedir gentilmente a las tropas de la
Wehrmacht que desalojaran el territorio galo.
En vez de esto, sabemos que la ocupación sólo pudo
concluir con el desembarco que dio paso a la liberación.
Venezuela ya fue invadida, de forma solapada y gradual,
por una de las últimas tiranías estalinistas del planeta, con el propósito de
explotar sus recursos naturales en función del quebrado socialismo cubano. Todo
esto, en asociación con mafias locales y potencias extra-regionales como el
Irán de los ayatolas.
Lejos de constituir la aventura imperial que los corifeos
del chavismo denunciarían, la intervención de la comunidad democrática
internacional conllevaría la devolución de la soberanía al pueblo venezolano,
hoy en día expropiada por sus captores cubanos.
El Día