Polos de desarrollo
Emilio Martínez
Cardona*
Uno de los discursos
que está comenzando a ser ensayado por el oficialismo, probablemente de cara a
las elecciones del 2019, es el referido a la “multipolaridad económica”, un
paquete en el que se haría entrar a los diversos proyectos de desarrollo que el
Estado Plurinacional promueve en distintas zonas del país.
El relato en
construcción del Movimiento Al Socialismo tiene la posible intención de
reposicionar al partido de gobierno en las 74 ciudades intermedias que conforman
buena parte de la nueva estructura demográfica nacional, de acuerdo a datos del
Censo de Población y Vivienda del 2012.
El problema con este
discurso es la disonancia entre los proyectos en papel y la terca realidad,
originada en la contradicción fundamental que existe entre multipolaridad
económica y rígido centralismo político.
La planificación
centralizada en el Palacio Quemado y sus inmediaciones está dando como
resultado una evidente irracionalidad en muchos de los proyectos impulsados,
dada la distancia entre el núcleo decisional y las circunstancias concretas,
locales y regionales, donde se implementan las iniciativas.
Es una nueva versión
de la conocida dispersión de información en la economía y sobre la incapacidad
del Estado –sobre todo en su nivel central- para registrarla y procesarla.
De ahí que se
instalen ingenios azucareros en zonas sin materia prima cañera, plantas de urea
lejos de los mercados consumidores o aeropuertos internacionales en lugares
donde hay más tripulantes que pasajeros.
Muy por el
contrario, un programa serio de impulso a los polos de desarrollo económico
requeriría de una coherente multipolaridad política, donde la cooperación del
sector público con el privado pueda construirse desde los gobiernos
subnacionales.
El economista
argentino Luis Rappoport, director de Desarrollo Regional en la administración
de Mauricio Macri, señala que “tanto la experiencia internacional como el
consenso académico coinciden en que el desarrollo económico y social tiene
raíces territoriales”.
El experto subraya
que, contra lo indicado en anteriores teorías sobre el desarrollo, éste no
dependería ante todo de la inversión, la tecnología y el tamaño de la población
activa.
Rappoport comenta
los casos de regiones como el norte de Italia, Silicon Valley o Baden
Württemberg, que desafiarían ese marco teórico, y donde lo fundamental para el
despegue habría sido una densidad de redes de relación, capacidad de
innovación, confianza interpersonal, estructuras de servicios, calidad de la
educación y cultura emprendedora, vectores que confluirían en un territorio.
Para la construcción
de estas capacidades sería clave la alianza entre Estado local, empresarios y
universidad, es decir, un modelo políticamente multipolar donde la facilitación
del esfuerzo privado sería viabilizada con mucha mayor eficiencia por los
niveles de gobierno más cercanos a la gente. En el caso boliviano,
gobernaciones y municipios.
Federalismo y
desarrollo sería, entonces, una ecuación más inteligente que la de un
centralismo presidencial y providencial, desde donde se teledirigen proyectos
faraónicos que sólo terminan siendo nuevos elefantes blancos.
*Escritor y analista político
El Día