Por: Emilio Martínez Cardona*
El sociólogo James Petras, una de las figuras emblemáticas del marxismo en los Estados Unidos, acaba de dedicarme varios pasajes de su último libro, “Espejismos de la izquierda en América Latina” (Lumen, 2009), escrito en colaboración con Henry Veltmeyer.
El capítulo consagrado a Bolivia abreva de manera frecuente en las páginas de “Ciudadano X: la historia secreta del evismo” (El País, 2008), para exponer de manera polémica lo que Petras considera las posturas de “un ideólogo derechista pero bien educado e informado de la reacción en Santa Cruz” (sic), interpretación que merece algunas líneas de respuesta.
Aparte de disentir sobre mi posición en el mapa político, que siempre ha coincidido con una definición de centro democrático, es interesante analizar los errores en los que cae James Petras al tratar de ajustar las complejidades de la realidad social a una estrecha visión de lucha de clases.
Tal vez el eje de disenso principal entre nuestros enfoques se encuentre en el papel que han desempeñado ciertas redes de ONGs en el nacimiento y desarrollo del proyecto político que he denominado evismo.
Para Petras, los movimientos sociales son actores genuinos, surgidos espontáneamente de la realidad económica, mientras que las ONGs serían estructuras capitalistas o imperialistas que buscan contener y cooptar a estos movimientos, reduciendo su “fervor revolucionario” y llevándolos lentamente al fracaso.
Por mi parte, considero que existe una copiosa evidencia sobre el modo en que muchas ONGs han trabajado en la creación misma de estos movimientos sociales, surgidos en varios casos de sus seminarios y talleres, entrenados durante años con metodologías organizacionales importadas desde Europa o transferidas entre países latinoamericanos a medida que se han ido cosechando éxitos en la materia.
Es decir, que la ligazón entre ONGs y movimientos sociales sería genética y no simplemente adquirida. Esta variante de ingeniería social es parte de una estrategia de reciclaje político, nacida a raíz de la caída del viejo bloque comunista y de la clausura de la vía leninista para la toma del poder.
Ante ese agotamiento, la izquierda radical buscó sendas alternativas incorporando elementos del pensamiento neomarxista, sustituyendo el tradicional papel del proletariado como “sujeto de la revolución” por formaciones mucho más laxas denominadas, precisamente, movimientos sociales.
Ya no era posible el asalto directo al poder, pero los movimientos sociales (que había que encontrar o de ser preciso crear) podían ser un instrumento eficaz para socavar la democracia liberal desde adentro y apuntar a la construcción de una nueva hegemonía política. En definitiva, una técnica de desestabilización social complementaria a las tácticas gramscianas de copamiento del poder cultural.
Como los hábitos son difíciles de superar, las viejas prácticas leninistas reaparecieron bajo nuevos ropajes y las ONGs formadas por la izquierda radical asumieron el papel de “vanguardia revolucionaria”, terminando por ser a los movimientos sociales lo que el antiguo partido era al proletariado: una clase burocrática que impone su propio sistema de dominación.
En el caso de Bolivia, la formación de esta nueva capa burocrática se hace evidente en la estructura del gabinete ministerial, donde las mayores cuotas de poder recaen en representantes surgidos del entramado ONG, mientras que los dirigentes de los movimientos sociales han tenido que contentarse con porciones secundarias cuando no claramente irrelevantes.
Volviendo a Petras, hay que reconocerle a este sociólogo de extrema izquierda una independencia de criterio y una honestidad intelectual que no pueden exhibir los mercenarios académicos de los regímenes bolivarianos. Aún cuando muchas de sus posturas me parezcan absolutamente reprobables, como su defensa férrea de la dictadura cubana o su “antisionismo”, una prueba más de que el antisemitismo no sólo anidó en corrientes de ultraderecha sino también y ampliamente en el seno del estalinismo.
*Escritor y periodista.
El sociólogo James Petras, una de las figuras emblemáticas del marxismo en los Estados Unidos, acaba de dedicarme varios pasajes de su último libro, “Espejismos de la izquierda en América Latina” (Lumen, 2009), escrito en colaboración con Henry Veltmeyer.
El capítulo consagrado a Bolivia abreva de manera frecuente en las páginas de “Ciudadano X: la historia secreta del evismo” (El País, 2008), para exponer de manera polémica lo que Petras considera las posturas de “un ideólogo derechista pero bien educado e informado de la reacción en Santa Cruz” (sic), interpretación que merece algunas líneas de respuesta.
Aparte de disentir sobre mi posición en el mapa político, que siempre ha coincidido con una definición de centro democrático, es interesante analizar los errores en los que cae James Petras al tratar de ajustar las complejidades de la realidad social a una estrecha visión de lucha de clases.
Tal vez el eje de disenso principal entre nuestros enfoques se encuentre en el papel que han desempeñado ciertas redes de ONGs en el nacimiento y desarrollo del proyecto político que he denominado evismo.
Para Petras, los movimientos sociales son actores genuinos, surgidos espontáneamente de la realidad económica, mientras que las ONGs serían estructuras capitalistas o imperialistas que buscan contener y cooptar a estos movimientos, reduciendo su “fervor revolucionario” y llevándolos lentamente al fracaso.
Por mi parte, considero que existe una copiosa evidencia sobre el modo en que muchas ONGs han trabajado en la creación misma de estos movimientos sociales, surgidos en varios casos de sus seminarios y talleres, entrenados durante años con metodologías organizacionales importadas desde Europa o transferidas entre países latinoamericanos a medida que se han ido cosechando éxitos en la materia.
Es decir, que la ligazón entre ONGs y movimientos sociales sería genética y no simplemente adquirida. Esta variante de ingeniería social es parte de una estrategia de reciclaje político, nacida a raíz de la caída del viejo bloque comunista y de la clausura de la vía leninista para la toma del poder.
Ante ese agotamiento, la izquierda radical buscó sendas alternativas incorporando elementos del pensamiento neomarxista, sustituyendo el tradicional papel del proletariado como “sujeto de la revolución” por formaciones mucho más laxas denominadas, precisamente, movimientos sociales.
Ya no era posible el asalto directo al poder, pero los movimientos sociales (que había que encontrar o de ser preciso crear) podían ser un instrumento eficaz para socavar la democracia liberal desde adentro y apuntar a la construcción de una nueva hegemonía política. En definitiva, una técnica de desestabilización social complementaria a las tácticas gramscianas de copamiento del poder cultural.
Como los hábitos son difíciles de superar, las viejas prácticas leninistas reaparecieron bajo nuevos ropajes y las ONGs formadas por la izquierda radical asumieron el papel de “vanguardia revolucionaria”, terminando por ser a los movimientos sociales lo que el antiguo partido era al proletariado: una clase burocrática que impone su propio sistema de dominación.
En el caso de Bolivia, la formación de esta nueva capa burocrática se hace evidente en la estructura del gabinete ministerial, donde las mayores cuotas de poder recaen en representantes surgidos del entramado ONG, mientras que los dirigentes de los movimientos sociales han tenido que contentarse con porciones secundarias cuando no claramente irrelevantes.
Volviendo a Petras, hay que reconocerle a este sociólogo de extrema izquierda una independencia de criterio y una honestidad intelectual que no pueden exhibir los mercenarios académicos de los regímenes bolivarianos. Aún cuando muchas de sus posturas me parezcan absolutamente reprobables, como su defensa férrea de la dictadura cubana o su “antisionismo”, una prueba más de que el antisemitismo no sólo anidó en corrientes de ultraderecha sino también y ampliamente en el seno del estalinismo.
*Escritor y periodista.