Ni Marx ni Carlyle: Sorel
Emilio Martínez Cardona*
Los radicales acontecimientos de las últimas semanas
llevan a reflexionar, una vez más, sobre las causas profundas que mueven la
historia. Habrá muchos que, obnubilados por un liderazgo carismático, estarán
repitiendo sin saberlo las tesis esgrimidas por Thomas Carlyle sobre los hombres
providenciales, sin reparar en que el reverso oscuro de esa postura es el
elogio de ese escritor escocés al autoritarismo, condensado en su frase: “La
democracia es la angustia de no encontrar héroes”.
La visión clásicamente contrapuesta a la de Carlyle es
la de Karl Marx, que prefiere la interpretación de los cambios históricos por
la obra de fuerzas impersonales, económicas en el caso del autor del “Das
Kapital”.
Frente a los dos, una tercera posición sería la del
pensador francés Georges Sorel, teórico del sindicalismo revolucionario, quien
postuló al Mito como el motor principal de la historia. Según Sorel, serían
ciertas “leyendas” -lo que hoy llamaríamos narrativas o relatos- las que
moverían la acción de masas.
Desde su particular posición ideológica, planteaba
como principal Mito movilizador el de la huelga general revolucionaria,
indefinida por supuesto, que sacudiría los cimientos del sistema.
Ironías de la historia: si la única revolución
proletaria verdadera fue la llevada a cabo por Solidarnosc en Polonia para
derribar la dictadura comunista del general Jaruzelski, en Bolivia acaba de
darse la huelga revolucionaria… para derrumbar un régimen con pretensiones
socialistas.
Otra ironía es que esta movilización masiva haya
reunido tanto al arco cívico-opositor, que va desde la derecha hasta la
centroizquierda, como a importantes focos trotskistas provenientes del viejo
POR, que se mostraron bastante activos en el occidente del país, probablemente
atraídos por los aires de “revolución permanente” vividos en días recientes.
Pero, sin duda, el factor clave para el desenlace positivo
de la huelga general revolucionaria fue la sumatoria al paro de la burocracia
armada, policial sobre todo pero también militar, con una suerte de objeción de
conciencia. Esto ha hecho la diferencia entre las grandiosas manifestaciones
ciudadanas de Bolivia y las igualmente grandiosas de Venezuela y Nicaragua,
donde faltó sin embargo la crucial rebelión del estamento pretoriano.
Esta singularidad boliviana tiene que ver con la
historia de las últimas dos décadas, donde se destaca el enfrentamiento entre
policías y militares en febrero de 2003, que los uniformados no quisieron
repetir.
Tal vez previendo esto, es que meses atrás algún
ministro del ala dura del régimen saliente trató de impulsar una militarización
de la policía, infructuosamente por fortuna.
Ahora, por lo visto, la cadena de la ALBA comienza a
romperse por su eslabón más débil, Bolivia, lo que puede dar nuevos vientos a
las movilizaciones prodemocráticas en otras naciones latinoamericanas
sojuzgadas por el socialismo del siglo XXI.
*Escritor