El negocio de perder
Emilio Martínez Cardona
Pongámoslo en términos de fábula: había una vez un país
donde el gobierno desarrolló la práctica de realizar estatizaciones con
importantes falencias legales deliberadas, para después, en los obligados
procesos de arbitraje internacional con las empresas extranjeras expropiadas,
acabar pagando montos de indemnización muy superiores a los que, de otra
manera, habrían correspondido.
Esto, con la obvia comisión millonaria para los
negociadores gubernamentales, que frente a la prensa fungían como orgullosos
defensores del interés nacional.
Era el “negocio de perder”, al que también podríamos
llamar “industria del arbitraje adverso”, táctica que en realidad fue heredada
de un presidente anterior, quien fue amnistiado para que pudiera hacer las
veces de falso opositor en las elecciones donde el caudillo del régimen corría
inconstitucionalmente.
Entre ambos –gobernante y ex presidente- incluso llevaron
el “negocio de perder” a un nuevo nivel: al de un arbitraje entre naciones ante
un tribunal instalado en Europa, sobre un acceso a territorios perdidos en una
guerra decimonónica. Allí estafaron algo más que beneficios materiales para sí
mismos, sino ante todo muchas esperanzas de sus conciudadanos.
¿La clave para perder esta vez? Una demanda mal
constituida, basada en la premisa de que los jueces “innovarían” en la doctrina
jurídica y descartarían todos los precedentes.
Seguían en este “arreglo” una poco honrosa tradición,
inaugurada por los negociadores oficiales de un tratado suscrito entre ambos
países 115 años antes, quienes intercambiaron cesión territorial estratégica
por prebendas económicas para las élites regionales a las que representaban.
En realidad, el “negocio de perder” era sólo una entre
muchas técnicas que los socios compartían, teniendo en cuenta que los dos
fueron iniciados en las artes cleptocráticas por el ex presidente de una
gigantesca nación vecina, ahora puesto entre rejas por la justicia de esa
república, tras descubrirse que había tejido una telaraña de corrupción
continental donde varios mandatarios quedaron atrapados como moscas.
Esos recursos financiaron un foro internacional de
tendencia socialista y una red de partidos en la que participaron, como
delegados del país que nos ocupa, tanto la fuerza política del caudillo como la
conformada por buena parte del entorno de su predecesor.
Así y todo, los socios siguieron empeñados en su juego de
presentarse como alternativas, cuando en esencia eran dos versiones de lo mismo
(una versión más abiertamente populista y otra con cierto barniz republicano,
que encubría las tentaciones autoritarias que había tenido el ex mandatario en
su paso por el poder, así como su sostenido personalismo).
Sin embargo, su tesis tenía una debilidad fundamental:
reposaba sobre la suposición de que el pueblo sería tan pasivo y genuflexo como
para “sembrar nabos en su espalda”. Arriesgada tesis que en cualquier momento
podría volverse –cólera popular mediante- en su contra.
Posdata: El final de esta fábula está por escribirse y
tendrá varios millones de coautores en el mes de octubre próximo. Usted será
uno de ellos.