DOS CANDIDATOS DEL CENTRALISMO
Emilio Martínez Cardona
Vistas las candidaturas presidenciales que irán,
primarias mediante, a las elecciones nacionales del año próximo, resulta
evidente que el centralismo acudirá a las urnas desdoblado.
Una de sus fuerzas representa al régimen autoritario de
emergencia, aceptado por la oligarquía paceña en un momento de crisis, ante el
avance del movimiento autonomista. Hablamos por supuesto de la estructura verticalista
que acaudilla Evo Morales, especie de nuevo Zárate Willka utilizado principalmente
para hacer frente al desafío descentralizador encabezado por Santa Cruz, pero
también contra el resto del Oriente y el Sur del país.
Como el instrumento designado para conservar la forma de
Estado centralizado se extralimitó de su función inicial, con una agenda mucho
más radical digitada desde Caracas y La Habana, se lanza ahora una segunda
fuerza.
Ésta encarna un intento por volver al centralismo a la
antigua, con un representante de la clase tradicional que administró la cosa
pública de forma concentrada durante la mayor parte del siglo XX. Carlos Mesa
es la locomotora en ese proyecto, que probablemente no sea de retoma del poder
sino de simple renegociación de parcelas de cogobierno con el cártel de la coca
y las burocracias sindicales.
Sería triste, pero sobre todo sería la pérdida de una
oportunidad histórica, que Santa Cruz se dejara enganchar como furgón de cola
en ese tren de regreso al pasado, de la mano de quien llegó a planear una
invasión militar al departamento en tiempos del Cabildo de enero del 2005 (aspecto
registrado en el testimonio del mismo Mesa, en su documental “Presidencia
sitiada”).
Y hablamos de oportunidad histórica, porque las
condiciones parecen maduras para la irradiación desde Santa Cruz de un nuevo
proyecto nacional, inspirado en la tríada federalismo-desarrollo-república.
La República Federal ya es una esperanza plenamente
instalada en importantes bastiones electorales del Occidente como Potosí,
Cochabamba y Sucre, por lo que parece un horizonte político viable, donde el
desarrollo sería autogestionado desde los departamentos.
En ese nuevo marco institucional se podrían impulsar
polos territoriales de crecimiento económico, en base a alianzas que integren
la sinergia del sector público, las empresas privadas y las universidades.
La superación del modelo centralista también debería ser
un componente relevante en una política de transparencia, que revierta los
altos índices de corrupción de la actualidad transfiriendo fondos y funciones
hacia los gobiernos subnacionales, que están más cerca de la gente y que por
eso mismo son más fiscalizables.
Pero el citado ex presidente ha dado sobradas muestras de
una postura opuesta a esa federalización del Estado boliviano, colocándose
fuera de la principal corriente de cambio real existente en el país.
Esto significa que terminará por ser desalojado del
sitial de alternativa al régimen por una opción federalista. Eso pasará, más
temprano que tarde.