Antipolítica “ciudadana” y caudillos
letrados
Emilio Martínez Cardona
Al fin, de acuerdo a
las alianzas selladas el pasado martes ante el TSE, el precandidato al que
ciertas encuestas –y otras no tanto- daban como favorito de la oposición
decidió repetir como estrategia de articulación electoral la misma fórmula que
volvió fallido su paso por el gobierno y que lo obligó a abandonar
prematuramente la presidencia de la república.
El “Gobierno de
Ciudadanos”, como el mismo Carlos Mesa definió a su corta administración,
vuelve ahora transformado en eslogan de campaña. En el 2003-2005, significó la
renuencia a concertar con los partidos representados en el Parlamento, elegidos
para ello de manera democrática.
Esto derivó en que,
finalmente, fueran algunos de estos partidos los que tuvieran que asumir el rol
de constructores de las políticas de Estado, por ejemplo con el diseño y
promulgación de la Ley del Impuesto Directo a los Hidrocarburos (IDH), que
sirvió de base a la extraordinaria renta pública que usufructuó y despilfarró
Evo Morales (sin haber apoyado el citado instrumento jurídico, al igual que
Mesa).
Hoy como ayer, el
“Gobierno de Ciudadanos” es una manifestación de la antipolítica, la engañosa pretensión
de tomar el timón gubernamental “sin ser político”, lo que constituye una
contradicción en los términos.
En otras
circunstancias históricas, la antipolítica ha servido para abonarle el camino a
proyectos autoritarios, tal como sucedió en el periodo mencionado con el
Movimiento Al Socialismo, que apostó por la crisis del sistema de partidos para
atornillarse en el poder.
En el caso que
estamos tratando, la antipolítica de ropajes ciudadanos puede estar destinada
más bien a lo contrario, es decir, a la debilidad crónica y la ingobernabilidad,
como expresión de esa sociedad líquida que no sabe construir estructuras
duraderas.
Este “utracentrismo”
o “populismo light”, que da la espalda a los partidos a la hora de acordar
alianzas para salir del régimen evista, probablemente también rehúya cualquier
debate serio de ideas.
El profesor emérito
de Ciencias Políticas de la Universidad de Bolonia, Gianfranco Pasquino, dice
que “hoy hay pocas ideas y falsas; si las ideas políticas no son fuertes, no
tienen solidez y no saben comunicarse, abren el espacio a la antipolítica”. Así
que el ambiente preferido para blindar la narrativa “ciudadana e impoluta” será
el de los clichés convenientes pero superficiales.
“La antipolítica no
será derrotada si no tenemos un pensamiento político mejor y más plural, si no
hay confrontación de ideas”, acota Pasquino.
La torta de la
antipolítica “ciudadana” es coronada por la cereza de un caudillo que, como
corresponde al perfil sociológico de este movimiento, será medianamente
ilustrado o letrado, para usar la clasificación propuesta por Alcides Arguedas
en su “Historia General de Bolivia”.
Figura que, con
mejores modales, podría ser casi tan personalista y centralista como el actual
“caudillo bárbaro” que busca perpetuarse.
Posdata 1: no hay
democracia sin partidos políticos.
Posdata 2: el siglo
XXI en Bolivia será federalista.