Ante el Ángel de las
Elegías
Emilio Martínez
Cardona
(Artículo publicado en el número 19 de Percontari,
revista del Colegio Abierto de Filosofía, edición que aborda el tema central
del arte)
Es harto conocida la
distinción entre lo bello y lo sublime, establecida por Immanuel Kant en su Crítica del juicio, tercer gran libro de
su corpus y dedicado a la estética, a diferencia de la Crítica de la razón pura (epistemología) y de la Crítica de la razón práctica
(ética).
Lo bello sería lo
clara y armónicamente delimitado, lo agradable, contrapuesto a la ilimitación
terrible y grandiosa que sentimos, por ejemplo, ante la contemplación de un
océano embravecido, donde nos encontramos frente a la manifestación de lo
sublime.
No es menos divulgado
el tratado de Edmund Burke, Indagación
filosófica sobre el origen de nuestras ideas acerca de lo sublime y de lo bello,
donde continúa al pensador de Königsberg, asimilando las categorías en pugna a
la sensibilidad clásica y a la romántica.
Un tercer momento
menos conocido de esta filosofía del arte se puede encontrar en las Elegías de Duino de Rainer Maria Rilke,
donde se dice que “la belleza no es nada sino el principio de lo terrible, lo
que somos apenas capaces de soportar, lo que sólo admiramos porque serenamente
desdeña destrozarnos. Todo ángel es terrible”.
El poeta concibe las
operaciones del arte como un viaje de lo tangible a lo intangible, como una
interiorización, que hace perdurable a lo sensible en un orbe elegíaco. Es la
“obra del corazón” (Herzwerk) como razón de ser del hombre: interiorizar las
cosas para que pervivan, llevarlas del precario mundo externo a un espacio
interior ilimitado.
Martin Heidegger
decía, respecto a esto, que Lo-Abierto en Rilke es el ámbito donde se produce
la “completa percepción”.
Agregaremos: el
secreto de la epifanía es su invisibilidad, ya que exige para hacerse
observable de una especial disposición del espíritu. Lo arcano necesita la
llave hermenéutica de la sutileza.
“¿Quién, si yo
gritase, me oiría desde los coros celestiales?”, se preguntaba Rilke al
comienzo del proceso de composición de su libro, para responderse más adelante
que “el Ángel de las Elegías es aquella criatura en que aparece ya cumplida la
transformación de lo visible en invisible, que nosotros realizamos”.
En otra de sus
obras, Sonetos a Orfeo, dictaminaba
que “tan sólo el poema sobre la tierra consagra y glorifica”.
Transportar lo
material determinado a lo trascendental indeterminado sigue siendo el eje de
ese programa estético que eslabona los nombres de Kant, Burke, Rilke y
Heidegger, que incluso los cultores de lo efímero cumplen sin notarlo.