martes, 27 de noviembre de 2018


Ante el Ángel de las Elegías



Emilio Martínez Cardona

(Artículo publicado en el número 19 de Percontari, revista del Colegio Abierto de Filosofía, edición que aborda el tema central del arte)

Es harto conocida la distinción entre lo bello y lo sublime, establecida por Immanuel Kant en su Crítica del juicio, tercer gran libro de su corpus y dedicado a la estética, a diferencia de la Crítica de la razón pura (epistemología) y de la Crítica de la razón práctica (ética).   

Lo bello sería lo clara y armónicamente delimitado, lo agradable, contrapuesto a la ilimitación terrible y grandiosa que sentimos, por ejemplo, ante la contemplación de un océano embravecido, donde nos encontramos frente a la manifestación de lo sublime.

No es menos divulgado el tratado de Edmund Burke, Indagación filosófica sobre el origen de nuestras ideas acerca de lo sublime y de lo bello, donde continúa al pensador de Königsberg, asimilando las categorías en pugna a la sensibilidad clásica y a la romántica.

Un tercer momento menos conocido de esta filosofía del arte se puede encontrar en las Elegías de Duino de Rainer Maria Rilke, donde se dice que “la belleza no es nada sino el principio de lo terrible, lo que somos apenas capaces de soportar, lo que sólo admiramos porque serenamente desdeña destrozarnos. Todo ángel es terrible”.

El poeta concibe las operaciones del arte como un viaje de lo tangible a lo intangible, como una interiorización, que hace perdurable a lo sensible en un orbe elegíaco. Es la “obra del corazón” (Herzwerk) como razón de ser del hombre: interiorizar las cosas para que pervivan, llevarlas del precario mundo externo a un espacio interior ilimitado.

Martin Heidegger decía, respecto a esto, que Lo-Abierto en Rilke es el ámbito donde se produce la “completa percepción”.

Agregaremos: el secreto de la epifanía es su invisibilidad, ya que exige para hacerse observable de una especial disposición del espíritu. Lo arcano necesita la llave hermenéutica de la sutileza.

“¿Quién, si yo gritase, me oiría desde los coros celestiales?”, se preguntaba Rilke al comienzo del proceso de composición de su libro, para responderse más adelante que “el Ángel de las Elegías es aquella criatura en que aparece ya cumplida la transformación de lo visible en invisible, que nosotros realizamos”.

En otra de sus obras, Sonetos a Orfeo, dictaminaba que “tan sólo el poema sobre la tierra consagra y glorifica”.

Transportar lo material determinado a lo trascendental indeterminado sigue siendo el eje de ese programa estético que eslabona los nombres de Kant, Burke, Rilke y Heidegger, que incluso los cultores de lo efímero cumplen sin notarlo.