Unidad por el 21F
Emilio Martínez Cardona
El movimiento en defensa de la voluntad popular, soberana
y vinculante expresada el 21 de febrero de 2016 representa el desafío más serio
al prorroguismo presidencial en particular, y a todo el modelo hegemonista del
MAS en general.
Como la victoria en aquella fecha histórica fue un
triunfo de todos, que no pueden arrogarse algunos grupos en detrimento de
otros, de igual manera la defensa del 21F extrae su potencia de su carácter
transversal, implicando por igual al centro, derecha e izquierda; políticos y
ciudadanos de a pie; profesionales, empresarios, obreros y estudiantes.
Y es que lo que está en juego es la posibilidad misma de
recuperar una democracia republicana plena, marco en el cual serán resueltas
posteriormente las diferencias de ideas e intereses entre los actores.
El riesgo en este proyecto son los divisionismos
funcionales, que amenazan con disgregar o al menos caotizar al movimiento del
21F. Vemos a progresistas y cocaleros de Los Yungas declarando que “la derecha”
debe quedar excluida y a conservadores descalificando a las protestas por su
“vacío ideológico”.
Desde algunas plataformas también se cuestiona a los
partidos de oposición que tratan de coadyuvar en la lucha, incurriendo en una
errada muestra de antipolítica, quizás olvidando que ha sido precisamente ésta
la que abonó el camino para el ascenso al poder del narco-sindicalismo
chapareño. Habría que recordar, tal vez, el cuño fascista de la crítica a la
“partidocracia”.
Muchas de estas expresiones son espontáneas, nacidas de
la horizontalidad del movimiento, pero además hay que tener en cuenta que el castrismo
que teledirige al Palacio Quemado es experto en divisionismo. Lo ha practicado
durante décadas hacia el exilio en Miami, a veces potenciando o amplificando
diferencias reales y en otros casos infiltrando a dos tipos de agentes: los
excesivamente tibios y los ultra-radicales.
Por supuesto que el carácter democrático del movimiento
incluye la posibilidad y hasta la necesidad de estos debates, pero de la misma
manera puede y debe reflexionarse sobre la imprescindible unidad estratégica,
condición sine qua non para la victoria.
La electoralización prematura es otro factor que conspira
contra la unidad, al confundirse dos tiempos que deben ser correctamente
deslindados: la lucha contra la repostulación inconstitucional y la definición
de las candidaturas alternativas al hegemonismo autoritario.
Todas las baterías tendrán que concentrarse en blindar la
decisión mayoritaria, que ya se manifestó contra la eternización en el poder de
los gobernantes, e implícitamente contra la “cancha inclinada” que trampea la
democracia, asegurándole al detentador del poder un triunfo casi automático, a
través del abuso de recursos del Estado y otros mecanismos de distorsión del
voto.
No hay lucha que se gane sin disciplina y en este caso
eso implicará auto-contenerse en las diferencias, para resolverlas en una etapa
superior del conflicto: la de las urnas.