Los crímenes del primer sandinismo
Emilio Martínez Cardona
Es importante para la lucha democrática en Nicaragua que
figuras del sandinismo histórico, desde el escritor Sergio Ramírez hasta el ex
comandante Humberto Ortega, remarquen su disidencia con los abusos de Daniel
Ortega y Rosario Murillo. Todo sea por engrosar las filas anti-dictatoriales.
Sin embargo, junto con esta participación necesaria se ha
colado en muchos medios una interpretación excesivamente benévola de lo que fue
el primer sandinismo, el régimen revolucionario de los años ´80 que, de no
haber mediado la lucha armada de tres frentes disímiles, se habría perpetuado a
la manera cubana.
Un capítulo subrayable de la represión sandinista fue el
etnocidio contra los indígenas miskitos, de los cuales una gran cantidad (que
Jeane Kirkpatrick estimó en 250.000) fueron recluidos en campos de
concentración para obligarlos al traslado desde sus tierras ancestrales,
afectadas por la reforma agraria colectivista, hacia otras localizaciones
dispuestas por el Estado.
Esa operación terminó siendo denominada como “Navidad
Roja” e incluyó el apresamiento, tortura y muerte de muchos dirigentes
miskitos. Esto fue acompañado por la quema de viviendas, destrucción de
cultivos y sacrificio de ganado, un tipo de prácticas similares a las empleadas
por Josef Stalin contra la población ucraniana en el mal conocido Holodomor.
En el documental “La balada del pequeño soldado” (1984),
los cineastas Werner Herzog y Denis Reichle llegaron a cuantificar unos 15.000 indígenas
miskitos caídos bajo la violencia sandinista.
Al final, fue la insurgencia plural de la “contra”
conservadora (FDN), ex sandinistas disconformes con el abandono de los
principios de “pluralismo-no alineamiento-economía mixta” (ARDE) y de los mismos
miskitos la que le arrancó al Frente Sandinista unas elecciones realmente
democráticas, en las que se alzó con el triunfo la candidata opositora, Violeta
Chamorro.
Claro que antes de entregar el poder, los integrantes de
la aristocracia revolucionaria procedieron a repartirse mansiones y otras
riquezas expropiadas, la llamada “piñata”, en una muestra temprana de
cleptocracia.
No hay, por lo tanto, una degradación de Daniel Ortega
del primer al segundo sandinismo, sino una continuidad despótica que
afortunadamente no ha sido acompañada por otros referentes de ese movimiento y
sus simpatizantes en diversos países.
Bienvenidos entonces en todo el continente quienes evolucionaron
hacia la democracia liberal, pero no falseemos la historia, mitificando un
pasado que, en realidad, fue el abono para los experimentos neo-totalitarios de
la actualidad.
La lucha del pueblo nicaragüense es acompañada desde toda
América Latina por quienes advierten la amenaza tiránica que representa un
proyecto político que, al igual que en los años ´80, tiene nuevamente su
epicentro en La Habana, con aliados extra-regionales que en ese momento
lideraba la Unión Soviética y que ahora se agrupan en la tríada de Irán, Rusia
y China.