jueves, 9 de agosto de 2018


Los crímenes del primer sandinismo



Emilio Martínez Cardona

Es importante para la lucha democrática en Nicaragua que figuras del sandinismo histórico, desde el escritor Sergio Ramírez hasta el ex comandante Humberto Ortega, remarquen su disidencia con los abusos de Daniel Ortega y Rosario Murillo. Todo sea por engrosar las filas anti-dictatoriales.

Sin embargo, junto con esta participación necesaria se ha colado en muchos medios una interpretación excesivamente benévola de lo que fue el primer sandinismo, el régimen revolucionario de los años ´80 que, de no haber mediado la lucha armada de tres frentes disímiles, se habría perpetuado a la manera cubana.

Un capítulo subrayable de la represión sandinista fue el etnocidio contra los indígenas miskitos, de los cuales una gran cantidad (que Jeane Kirkpatrick estimó en 250.000) fueron recluidos en campos de concentración para obligarlos al traslado desde sus tierras ancestrales, afectadas por la reforma agraria colectivista, hacia otras localizaciones dispuestas por el Estado.

Esa operación terminó siendo denominada como “Navidad Roja” e incluyó el apresamiento, tortura y muerte de muchos dirigentes miskitos. Esto fue acompañado por la quema de viviendas, destrucción de cultivos y sacrificio de ganado, un tipo de prácticas similares a las empleadas por Josef Stalin contra la población ucraniana en el mal conocido Holodomor.

En el documental “La balada del pequeño soldado” (1984), los cineastas Werner Herzog y Denis Reichle llegaron a cuantificar unos 15.000 indígenas miskitos caídos bajo la violencia sandinista.

Al final, fue la insurgencia plural de la “contra” conservadora (FDN), ex sandinistas disconformes con el abandono de los principios de “pluralismo-no alineamiento-economía mixta” (ARDE) y de los mismos miskitos la que le arrancó al Frente Sandinista unas elecciones realmente democráticas, en las que se alzó con el triunfo la candidata opositora, Violeta Chamorro. 

Claro que antes de entregar el poder, los integrantes de la aristocracia revolucionaria procedieron a repartirse mansiones y otras riquezas expropiadas, la llamada “piñata”, en una muestra temprana de cleptocracia.

No hay, por lo tanto, una degradación de Daniel Ortega del primer al segundo sandinismo, sino una continuidad despótica que afortunadamente no ha sido acompañada por otros referentes de ese movimiento y sus simpatizantes en diversos países.

Bienvenidos entonces en todo el continente quienes evolucionaron hacia la democracia liberal, pero no falseemos la historia, mitificando un pasado que, en realidad, fue el abono para los experimentos neo-totalitarios de la actualidad.

La lucha del pueblo nicaragüense es acompañada desde toda América Latina por quienes advierten la amenaza tiránica que representa un proyecto político que, al igual que en los años ´80, tiene nuevamente su epicentro en La Habana, con aliados extra-regionales que en ese momento lideraba la Unión Soviética y que ahora se agrupan en la tríada de Irán, Rusia y China.