viernes, 29 de junio de 2018


Odiar la corrupción

Emilio Martínez Cardona

En la reciente presentación de mi libro “Enero Negro”, realizada en la University of North America en Washington, estuvieron presentes entre el público los Laprida, padre e hijo, quienes impulsan en México un proyecto editorial a gran escala para enseñarle a los niños a “odiar la corrupción”.

La idea de estos editores mexicanos me pareció muy acertada, como uno de los puntos centrales a ser abordados para una efectiva lucha contra la cleptocracia, que particularmente carcome a nuestros países latinoamericanos.

Desde la enseñanza primaria, los niños deberían ser prevenidos contra prácticas como el cohecho y la colusión, con el mismo énfasis con el que son aleccionados contra el racismo o el bullying. Sólo cuando tengamos una generación formada ideológicamente contra la corrupción podremos enfrentar con éxito este flagelo social.

Por supuesto, el frente educativo es uno de los muchos ángulos desde los cuales se debe trabajar esta problemática, entre los que cuento a los siguientes:

Desregulación. El barón de Montesquieu decía que “las leyes inútiles debilitan a las necesarias”, advirtiendo sobre el peligro de las normativas frondosas. Deben eliminarse las sobrerregulaciones que dan oportunidades de discrecionalidad a los funcionarios, facilitando la extorsión y el soborno. 

Contrataciones transparentes. La práctica de las adjudicaciones directas, tan común en el régimen evista, debe estar severamente restringida a compras pequeñas o de urgencia, siendo erradicada de los grandes contratos de obra pública y en general de todas las contrataciones de las empresas estratégicas del Estado.

Contrapesos institucionales. La corrupción suele extenderse cuando todos los poderes se concentran en una sola mano y desaparece lo que los anglosajones denominan el “check and balance”. Reconstruir la división republicana de poderes es una de las principales tareas para los próximos años.

Reingeniería de los organismos de contralor. Es evidente que un Ministerio de Transparencia (ahora degradado a viceministerio), dependiente de la cabeza del Ejecutivo, no es la instancia más imparcial para impulsar la lucha contra la corrupción, a la que suele aplicar la llamada “ley del embudo” (ancha para los oficialistas y angosta para los opositores). En vez de esto, debería plantearse una Oficina de Transparencia independiente, conformada mediante mayorías parlamentarias calificadas superiores a los dos tercios, procedimientos de selección meritocráticos y supervisión de organismos internacionales como Naciones Unidas y la OEA.

Democracia digital. Mucho se habla sobre el gobierno electrónico o e-government, como vía para transparentar las cuentas públicas ante la población. El error estriba en esperar que el rol activo para efectivizar esta democratización digital provenga de esferas gubernamentales, cuando en realidad este papel debería ser asumido por la sociedad civil.

Lo cierto es que la lucha contra la corrupción deberá estar entre las principales ofertas programáticas que las fuerzas alternativas al régimen populista planteen a la ciudadanía en el 2019.