Ampliar la Biblioteca del Bicentenario
Emilio Martínez Cardona
Semanas atrás, un rumor probablemente infundado motivó
una carta pública de intelectuales pidiendo la continuidad de la Biblioteca del
Bicentenario de Bolivia (BBB). La inquietud quedó descartada y hasta el momento
no parece existir ningún proyecto de cancelación, lo que es correcto.
Sin embargo, esto no quiere decir que no deba darse un
debate sobre el contenido de esta colección, que si bien contó con
especialistas destacados en su comité editorial, también fue dirigida desde la
Vicepresidencia del Estado, lo que explicaría, por ejemplo, que entre los 200 libros
a publicar se encuentre la “Obra reunida” de Álvaro García Linera pero no la de
H.C.F. Mansilla, sin duda el filósofo vivo más relevante de Bolivia.
Igualmente, a juzgar por declaraciones de uno de los
expertos consultados para la colección, Xavier Albó, las obras correspondientes
al área amazónica del país podrían estar subrepresentadas. “Hay varios libros
de la Amazonia y la Chiquitania… aunque tal vez podíamos haber buscado un poco
más”, reconoció el sacerdote jesuita.
La solución pasaría, entonces, por una ampliación que dé
lugar a un verdadero pluralismo ideológico y cultural, aunque eso implique
modificar la supersticiosa simetría de “200 libros para 200 años”.
Con seguridad no hará falta llegar a los 2.000 títulos
que irónicamente proponía el crítico literario Walter I. Vargas, sino que el asunto podrá zanjarse
con adiciones claves, tanto en las listas de obras personales como en las
antologías. Pero la reconducción es imprescindible.
Desde el punto de vista institucional, sería lógico
además que la BBB pasara a la órbita de la Fundación Cultural del Banco Central
de Bolivia, no existiendo ninguna razón por la que deba permanecer bajo tuición
de una Vicepresidencia –afortunadamente- acéfala.
En general, la política cultural del “antiguo régimen”
caído en noviembre no ha sido revisada, en parte por la emergencia de
concentrar la atención en otras zonas de la institucionalidad que estaban al
rojo vivo. Pero lo urgente no debe evitar que se atienda lo importante.
La hegemonía cultural fue uno de los pilares centrales
de ese régimen, al punto que se planteó aquello de “quitarle el alma a los
k´haras”. Dejar intacto ese entramado es permitir la subsistencia de
dispositivos estratégicos para la propaganda y el sesgo etnomarxista en la
lectura de la historia.
El tema de la revisión de la política cultural es
amplio y debería ser parte de los intercambios de opinión en el nuevo proceso
electoral en ciernes. Es previsible que no esté entre los puntos principales de
la agenda de los candidatos, por lo que corresponderá a los intelectuales
liberales la responsabilidad de alentar el debate, para que los medios de
producción del discurso histórico y cultural no sean monopolizados por quienes
fueron operadores orgánicos del populismo autoritario.