Tres años de la carta de apoyo a Lula
Emilio Martínez Cardona
El 14 de marzo del 2016 un grupo de presidentes, ex
mandatarios y altos funcionarios, principalmente latinoamericanos, suscribieron
una carta de apoyo a Lula da Silva, en momentos en que se intensificaba la
investigación judicial sobre la gigantesca red de corrupción que encabezó el ex
gobernante del Brasil.
Entre los firmantes estaban Cristina Fernández de
Kirchner (Argentina), Carlos Mesa (Bolivia), Manuel Zelaya (Honduras), Fernando
Lugo (Paraguay), José Mujica (Uruguay), el ex secretario general de la OEA, José
Miguel Insulza y el entonces secretario general de Unasur, Ernesto Samper,
entre otros.
En su mayoría, aliados políticos del Foro de Sao Paulo y
varios posibles compinches del mecanismo cleptocrático del lulismo, a los que
hay que sumar algunos “tontos útiles” como Felipe González y Ricardo Lagos, a
los que apena encontrar entre los firmantes.
La infame misiva decía, por ejemplo, que el líder petista
era “objeto de ataques injustificados en contra de su integridad personal” y
que se estaba ante un “intento de algunos sectores de destruir la imagen de
este gran brasileño”.
Luego de tres años, cuando conocemos a cabalidad las
dimensiones del latrocinio a escala continental orquestado mediante el Lava
Jato, la carta se vuelve para los suscriptores en una constancia de idiotez en
el mejor de los casos, y de lisa y llana complicidad en el peor.
En Bolivia el pronunciamiento pasó relativamente
desapercibido en su momento, por lo que es bueno recordarlo cuando el país se
encuentra en un proceso electoral donde uno de los firmantes de aquella
aberración intenta presentarse como supuesta alternativa al caudillo instalado
en el gobierno con ayuda del Foro de Sao Paulo.
La connivencia con el lulismo es la enésima confirmación
de que Evo Morales y Carlos Mesa representan dos versiones de lo mismo. Ya
sabíamos que a nivel interno eran un desdoblamiento de un mismo fenómeno, el
centralismo burocrático, pero el examen de las alianzas externas también
demuestra que son pinzas de un proyecto continental en común.
Un proyecto que ha sabido mostrar, a veces, una cara
radical (Chávez y Maduro, Ortega, Correa, Morales) y en otras una “moderada”
(varios de los firmantes, aunque el kirchnerismo osciló entre ambos campos). Un
juego facilitado por los maletines multimillonarios de Odebrecht, PDVSA y otras
compañías, con el que se hegemonizó la política regional por una década y
media.
De ahí que algunos de estos personajes le pusieran la
alfombra roja a los otros, como sucedió en Bolivia con el interregno mesista
que preparó el acceso al poder del MAS; o que los supuestos moderados salieran en
auxilio de los radicales en momentos críticos, como Lula en defensa de Chávez
cuando la huelga petrolera.
Si la corrupción es uno de los principales ángulos de
cuestionamiento al régimen evista, la alternativa nunca podrá venir de quien
compartió vínculos con el tutor cleptócrata de Morales, sino de quien haya
denunciado y combatido las irregularidades en el país (Fondioc, Camc y un largo
etcétera) con persistencia y credibilidad.