Federalismo,
desarrollo y república
Emilio Martínez
Cardona
La decadencia del
ciclo político evista es patente a la fecha, al haberse agotado las
posibilidades de manipulación de las banderas cooptadas en la etapa fundacional
del régimen. Esta situación de deterioro nacional requiere de un proyecto
superador, basado en la tríada federalismo-desarrollo-república.
El manejo de los
recursos públicos sigue rigurosamente concentrado en el gobierno central, que
controla más del 80% de estos fondos. Y aunque la ley obligaba a implementar un
Pacto Fiscal hasta el 2016, esta redistribución sigue sin concretarse.
Mientras desde las
regiones se propone un sistema de reparto 50/50, con la mitad de los fondos
manejados por el gobierno central y la otra mitad por los departamentos
(gobernaciones, municipios y universidades públicas), el régimen alega que el
Pacto Fiscal no es para redistribuir sino para “controlar mejor el gasto
público”. Un eufemismo que encubre la intención de continuar hegemonizando la
renta estatal.
El proyecto de
empoderar a las regiones debe relanzarse con audacia en los próximos años y
esto puede lograrse con un fuerte énfasis en el federalismo, redoblando la
apuesta hecha con las autonomías.
De hecho, en éstas
ya estaba implícito un federalismo asimétrico, con competencias diferenciadas
de acuerdo a la capacidad económica de los diversos departamentos.
Siglos atrás, el
barón de Montesquieu postuló la división y balance de poderes, no sólo en forma
horizontal, entre las tres ramas clásicas del Ejecutivo, Legislativo y
Judicial, sino también en lo vertical, entre distintos niveles de gobierno
organizados según el principio de subsidiariedad.
Puede acotarse que
los estados de mayor extensión territorial en el continente americano, que
incluso han ganado nuevos espacios a lo largo de su historia, son federales
(Estados Unidos, Brasil, Argentina), mientras que la mayoría de las naciones
que han sufrido pérdidas territoriales (y es el caso de Bolivia) han sido estructuradas
como sistemas unitarios.
Esto se explica por
la presencia estatal en todo el territorio –co-organizada desde las regiones-
en los países federales, mientras que el centralismo unitario suele tener una
débil implantación institucional en zonas alejadas del núcleo del poder,
abandono que suele derivar en las pérdidas mencionadas.
Lejos de ser un
peligro para la unidad territorial, el federalismo parece ser un sistema mucho
más apto que el unitarismo para contener las tentaciones secesionistas.
Si damos una mirada
a la realidad internacional, vemos que el 55% de la población mundial vive bajo
sistemas federales, generando el 65% del PIB global. Esto indica que la
productividad bajo regímenes unitarios es mucho menor (45% de la población sólo
genera el 35% del PIB).
Por supuesto, para
que los procesos regionalizados de desarrollo sean posibles, se necesitan ciertas
condiciones a nivel nacional, particularmente estabilidad macroeconómica y
seguridad jurídica para las inversiones.
Todo esto es más
factible en un ordenamiento republicano, donde las leyes están por encima de
los gobernantes de turno, que en un régimen de arbitrariedades y
discrecionalidad como el que Bolivia padece en la actualidad.