Entre las “relaciones peligrosas” y el efecto Trump
Emilio Martínez Cardona
Desde hace años, venimos definiendo como “relaciones
peligrosas” a los vínculos tejidos por el gobierno de Evo Morales con la
teocracia de los ayatolas en Irán. La expresión tiene una razón de ser muy
simple: se trata del único régimen del mundo que ha manifestado explícitamente
su voluntad de “borrar del mapa” a otro país, en este caso Israel, mediante el
uso de armamento nuclear.
El peligro se vuelve evidente cuando sabemos que Bolivia
tiene importantes yacimientos de uranio, que serían muy útiles para el programa
bélico atómico de Irán, y que los gobiernos de ambos países firmaron años atrás
un memorándum de cooperación para la “prospección geológica y mineralógica” en
el territorio nacional.
El riesgo, entonces, es nada menos que el de embarcar al
país en una descabellada aventura protagonizada por un régimen medieval que se
procura armas del siglo XXI.
Todo esto es historia conocida, pero volvió a ponerse
sobre el tapete en las semanas recientes, con la reunión en Teherán entre los
altos mandos militares de Bolivia e Irán. Allí, el general Mohamad Husein
Baqeri y el almirante Yamil Borda coincidieron en hablar de la “lucha contra el
dominio colonialista”, lo que en buen castellano significa combatir a las
democracias occidentales.
El asunto tuvo una segunda parte, con declaraciones
hechas algunos días después por el ministro de defensa iraní, Amir Hatami,
quien manifestó que su país está listo para “transferir su experiencia” a
Bolivia en el campo militar y de defensa.
Lo interesante fue la rápida respuesta de su homólogo
boliviano, Javier Zavaleta, quien se apresuró a aclarar ante la prensa que
agradecía la oferta pero que Bolivia “no tiene ningún acuerdo militar con Irán”.
¿Cómo explicarse este repentino brote de cautela
diplomática en un régimen tan acostumbrado a las bravuconadas
anti-norteamericanas?
La clave para desentrañar este misterio puede estar en la
dureza y efectividad de la política de reordenamiento mundial asumida por
Donald Trump que, sanciones y presiones mediante, le ha doblado el brazo al
estalinista Kim Jong Un y le acaba de arrancar a Nicolás Maduro la liberación
de un rehén estadounidense capturado en tiempos de Barack Obama.
En el mismo contexto, la reinstalación de sanciones a
Irán le debe haber hecho pensar dos veces a los asesores del régimen evista,
sobre el riesgo de que éstas se extiendan a países que colaboren de alguna
manera con los proyectos militares de Teherán cuestionados por la comunidad
internacional.
El apaciguamiento –que nunca ha funcionado con los
totalitarios- terminó y eso impone
nuevas reglas de juego globales.
Por supuesto, la recién estrenada prudencia del gobierno
boliviano no ha de ser mucho más que un mero intento de “guardar las
apariencias”, sin que esto implique un cambio real en sus alineamientos con el
bloque de los países más autoritarios del planeta, ni con las organizaciones
paraestatales que éstos financian.